Detenta esa intensidad dramática extrema que es un sello característico del cine nórdico y se apoya, sobre todo, en el magnífico diseño de los personajes, especialmente de los dos que cobran mayor relieve en la trama, el cantante rock Thomas Jacob, que regresa a su Dinamarca natal tras una larga estancia en Estados Unidos, y su nieto, el niño de 11 años Noa, que apenas conoce a su abuelo.

La directora Pernille Fischer Christiansen efectúa un considerable paso adelante en su obra, integrada por tres largometrajes, de los que solo uno, Enjabonado, se vió a escala muy reducida en España forjando un producto que impacta de lleno en el espectador y que aborda cuestiones tan importantes como la trascendencia del amor en la vida del individuo, las terribles secuelas de la adicción al alcohol y a las drogas y la fuerza de los lazos que se establecen entre las personas a partir de vínculos comunes como la música. Ofrece, además, una interpretación ejemplar de los pocos personajes que conforman la cinta, destacando a un Mikael Persbandt, que se ha atrevido, con evidente acierto, a cantar por vez primera ante las cámaras. Desde que comienzan a fluir las imágenes, la vitalidad de los seres que desfilan por la pantalla atrapa por completo.

En este sentido se lleva la palma, por supuesto, Thomas Jacob, una veterana figura del rock de Dinamarca que ha desarrollado la mayor parte de su trabajo en Los Angeles, Pero su decisión de regresar a su país lo pone en contacto con una hija que ha estado muy alejado de él. Naturalmente, el peso del relato se decanta por la relación entre el abuelo y el nieto, marcada por la notoria frialdad de un hombre que está al margen de cualquier vínculo, incluido el familiar. Es escarbando en este escenario donde la cinta alcanza sus mejores y más loables objetivos, subrayando la lucidez de un muchacho que se siente solo y que necesita el afecto de un abuelo que no revela ningún tipo de sentimiento.