De un riesgo sin precedentes, renovadora, imprevisible y repleta de emociones y de situaciones tan comunes como auténticas, esta es una película insólita y sin precedentes que ha cometido la osadía de alargar su rodaje los doce años reales que transcurren desde que tomamos contacto con el niño protagonista, un Mason con apenas seis años, hasta que cumple los 18.

No es sólo, sin embargo, una mirada exclusiva al personaje, sino también a su más estrecho círculo, especialmente a su madre Olivia y a su hermana Samantha. Con un sistema de filmación que incluía cortos periodos durante ese decenio con los mismos actores. Por eso no ha sido necesario sustituirlos ni tampoco recurrir al departamento de maquillaje porque su «envejecimiento» ha sido natural.

El director Richard Linklatter, que ya efectuó un experimento similar en su trilogía Antes de..., rodadas en 1995, 2005 y 2013 con idénticos protagonistas, Ethan Hawke -que aquí asume el papel del padre- y Julie Delpy, reitera de nuevo que es un cineasta con una capacidad irrefrenable para experimentar y renovar. Y el Oso de Plata en el Festival de Berlín al mejor realizador está más que justificado.

Una vez asegurado lo que parecía imposible, la producción de una cinta claramente inviable en base a los sistemas de financiación clásicos, Linklatter inició una aventura que ha resultado a la postre increíble y soberbia. Sobre un guión propio infestado de espléndidos diálogos, involucró en la misma de modo prioritario a la actriz Patricia Arquette, que en el papel de la madre, Olivia, desarrolla el mejor trabajo de su carrera; a su hija Lorelei Linklatter, que incorpora a Samantha y al pequeño Ellar Coltrane, que se sitúa en primer plano en el rol de Mason.

Lo que constituía la base de la trama, el proceso de transición de un niño de seis años a un adulto de 18, se debía contemplar en un largo de 165 minutos.