Sube la apuesta Adam Sandler en su nueva película: el caca, culo, pedo y pis, tan habitual en su ilmografía cómica, es sustituido en esta ocasión por el semen, masturbación, cerveza e incesto.

Un pequeño paso para la escatología pero un gran avance para un cómico cuya búsqueda consciente del mal gusto no nos hacía reír demasiado en los últimos tiempos. Sandler ha ichado a jovencitos con tirón (el SNL Andy Samberg y la gossip girl Leigton Meester), pero es la vieja guardia la que mantiene el tipo. Empezando por el propio Sandler, claro: su encarnación como famosote pichabrava venido a menos es realmente simpática, pero no lo es menos la desternillante reivindicación de su equivalente en la vida real (el rapero ochentero Vanilla Ice, auténtico robaescenas del ilme), o el cameo estelar de Susan Sarandon que aparece guapa como hacía siglos (vale, años) que no la veíamos. Razones más que convincentes para el que esto escribe y para cualquiera (llámennos básicos) que quiera alegrarse una tarde en un cine.

Al que busque trascendencia le producirá urticaria pero, en unos tiempos aburridísimos para la comedia en Estados Unidos, Sandler ha tenido los arrestos de elevar el listón de lo procaz hasta situarse a la altura de un Santiago Segura o de un Sacha Baron Cohen