Su mejor atributo, aunque no haya sido convenientemente aprovechado, es que efectúa una visión de un personaje emblemático del terror, Drácula, el llamado Príncipe de las Tinieblas, no explotada y basada en supuestos históricos que solo de forma muy somera había asomado a la pantalla en alguna de sus múltiples incursiones en la misma.

Sobre ese esquema ha trabajado un cineasta debutante, el irlandés Gary Shore, algo con pocos precedentes en un producto cuyo presupuesto alcanza la cifra llamativa de cien millones de dólares. Conocido internacionalmente por el elogiado corto The cup of tears, su labor hay que considerarla loable, si bien sus limitaciones en el plano narrativo y en la recreación de un cuadro histórico marcado por la tragedia, se dejan sentir.

Como es frecuente entre principiantes, brilla más en el plano estético y en los efectos visuales digitales que en la plasmación de un determinado entorno familiar y humano. Se ha valido de un actor, Luke Evans, que no hace olvidar a los ilustres nombres que han incorporado, desde el mítico Bela Lugosi, al siniestro protagonista.

La aportación de la cinta, en efecto, se concentra en dos aspectos claves, el contexto histórico en el que se desenvuelve, que nos lleva al reinado de Vlad III de Valaquia, apodado el Príncipe Empalador, en la segunda mitad del siglo XV, y los datos que sobre el particular ofrece la novela de Bram Stoker, notoriamente manipulada en la práctica totalidad de las versiones que ha tenido.

En esta ocasión, sin embargo, se pretende dar un decidido paso adelante en materia de rigor, de forma que se nos introduce de lleno en el clima prebélico que vive Transilvania tras un largo periodo de paz, provocado por la invasión de las fuerzas de un imperio otomano que quiere extender sus dominios por toda Europa.