Con Richard Gere a la cabeza como adúltero estresado por una operación monetaria fraudulenta que no acaba de resolverse, El fraude apunta al melodrama trágico, se desliza hacia lo que parece un thriller endeble y se estanca, derrotada, en lo que vendría a ser un telefilme de media tarde, y no sólo uno de los lamentables, sino el peor de todos ellos. Nuestra asignación como espectadores parece ser, primero, sufrir con un protagonista asediado por el cargo de conciencia. Pronto, la identificación se desplaza y ahora se tratará de atender con distancia cómo se le desmorona el tinglado vital a este pobre millonario despiadado, un señor que, no lo olvidemos, en la vida real se hizo budista para vender coches de lujo.

Pero si los ricos son una cosa muy excitante, los pijos son otra muy distinta, que se define en la ausencia de carisma. Y los personajes que habitan esta película, aunque pretender ser de los primeros tirando de gesto y conducta, resultan ser unos pavisosos carentes del más mínimo interés. Es un mal empezar.

Se puede intuir que El fraude se sueña metáfora de la crisis y que tal vez pretende estar señalando con el dedo la avaricia y el egoísmo de algunas manzanas podridas que han precipitado (y en ello perseveran) el desastre colectivo. Esa idea de parvulario podría disculparse si de resultas ofreciera una intriga bien armada, pero es que son tan ridículos sus diálogos, tan absurdas las circunstancias que se van dando, tan maniqueas e inverosímiles las acciones y reacciones de unos personajes que ni siquiera lo son porque carecen de construcción, que el visionado resulta un desesperante comer sopas con tenedor.

Discursiva, pueril y perversa hasta la idiocia, El fraude tal vez albergaba en alguna parte la buena intención de tratar con arrestos temas como la avaricia, la culpa y la inmoralidad, pero para eso se requiere, en primer lugar, un escritor versado en el alma humana, y, segundo, un realizador con bagaje estético y algo de oficio en el manejo de las tensiones. Un mínimo de talento. Y El fraude, modulada en neutros y carente de toda cualidad expresiva, acaba por no hacer ni honor chistoso a su título, porque primero que nada es una película nacida muerta.

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