Representa la vertiente comercial del cine de Corea del Sur y tiene, a pesar de que le sobran algunos minutos y desborda los cauces de la violencia de forma ostensible, una dignidad narrativa evidente.

Fue la película más comercial del 2010 en su país y acaparó buena parte de los premios que otorga dicha cinematografía, algo que hay que apreciar tratándose del segundo largometraje del guionista y director Lee Jeong-beom.

Su presencia en nuestras pantallas, insólita teniendo en cuenta su procedencia, hay por eso que agradecerla, pese a que haya títulos más relevantes del mismo origen que solo llegan, en su caso, en versión original.

En todo caso autores destacados de países occidentales, entre ellos Quentin Tarantino, se han inspirado en parte en sus contenidos. Este thriller de acción regado de sangre puede llevar las cosas demasiado lejos a la hora de justificar la venganza, pero lo hace con los factores propios de una cultura que se expresa en esos términos.

Este es un relato de violencia pero también de ternura que se sitúa en el ámbito del narcotráfico y que convierte en héroe a una especie de angel exterminador empeñado en acabar de forma fulminante con quienes han osado destruir la inocencia.

Toda esta tragedia es fruto de la irresponsable actitud de una bailarina de un club, que osa apropiarse de un alijo de drogas que iba destinado a un poderoso y sangriento clan. No sólo eso, lo esconde sin que él lo sepa en la casa de un vecino prestamista, Tae- Shik, un tipo extraño, solitario y muy parco en palabras que ha desarrollado una curiosa amistad con la hija de diez años de ella, So-Mi, que es víctima de una creciente soledad. Inmerso sin buscarlo en este asunto, se verá pronto entre dos fuegos, ya que tato la madre como la hija serán secuestradas y amenazadas de muerte si no se les entrega la droga.

Aunque historias semejantes se han reiterado en los ámbitos más diversos, con la presencia del héroe solitario que fulmina a todo un ejército de rufianes, no es frecuente que lleven aparejadas semejante combinación de humanidad y de destrucción. El personaje de la niña, en concreto, confiere a los fotogramas una vertiente dramática no exenta de amor paternal que deriva, incluso, a diálogos no exentos de humor.