Explora con una imaginación nada despreciable un camino inédito en el cine español, acometiendo desde una óptica satírica cuestiones de rabiosa actualidad que están vinculados, por supuesto, a la crisis y a la corrupción. Eso sí, uno de sus pilares más firmes es su radical andalucismo, más concretamente su condición sevillana, que impregna los fotogramas de principio a fin.

Es el ambiente en el que ha crecido el director, guionista y protagonista, Alfonso Sánchez, forjado en la red y autor de algún corto que se ha difundido en la misma, que debuta en el largometraje con buen pie, sin evitar algunos defectos propios de los inevitables excesos, pero con soluciones a menudo divertidas. Sobre una situación única, que es la misma que utilizó Sidney Lumet en Tarde de perros, sabe mover todos los tentáculos de una historia coral e infestada de alusiones a la realidad made in Spain.

El plan que moviliza a El Cabeza y El Culebra, dos amigos inseparables, crecidos en la marginalidad y vinculados a la delincuencia de bajo nivel, es para ellos aparentemente sencillo y las va a permitir pasar el resto de sus días viviendo a lo grande en Brasil. Se trata de robar con máscaras en un banco y salir huyendo en la moto con el botín. Lo que no podían imaginar es que la cosa se complicaría con la inesperada aparición de un tipo con un chaleco de explosivos que amenaza con detonarlos si no se le permite exponer su caso en televisión. Es un empresario en situación desesperada que se ha arruinado por las deudas de la Administración, decidido por ello a acabar con su vida si no recibe garantías plenas de pago.

De este modo, el suceso se contempla desde una doble perspectiva, la del interior de la sucursal bancaria, en la que se mueven los atracadores y un grupo de rehenes, entre ellos los empleados de la entidad y una periodista que cuenta lo que sucede a su audiencia, y la del cordón policial que se ha organizado en el exterior y al que se han unido numerosos curiosos. Si en el primero sale a relucir la corrupción y los intereses ocultos de un empresario y del director del banco, en el segundo, sin excluir tampoco los trapos sucios, domina la ineptitud de unos mandos que se ven superados por la situación.