Más que un relato de aventuras, que hubiera sido su opción natural, es un drama épico que tiene mucho de tratado sobre la supervivencia y de crónica de una redención. Sin dejar de lado, asimismo, el tema de la venganza, que fluye a lo largo de todo su extenso metraje, dos horas y media sin los créditos.

Lo más relevante es que ha valido la pena el enorme esfuerzo físico, sobre todo, pero también anímico porque el resultado de todo ello es una película soberbia, una muestra impactante de un cine en el que la naturaleza todavía salvaje se impone por encima de todo con imágenes sumamente desgarradoras y a menudo violentas. Para valerse de la grandiosidad de las montañas nevadas y de un entorno tan cautivador, localizado en zonas vírgenes de Canadá y Argentina, se han tenido que superar temperaturas inferiores a los veinte grados bajo cero.

No sorprende, por ello, que estemos ante la gran favorita de los Oscars, con 12 nominaciones que casi aseguran la estatuilla para la mejor película, director, guión adaptado y actor principal y de reparto. Leonardo DiCaprio, que opta por sexta vez, desarrolla una arsenal de gestos que enriquecen su personaje hasta convertirlo en un ser humano de dimensiones notables.

Metidos de lleno en la trama desde el primer momento, la cinta aumenta su atractivo e interés al estar inspirada en hechos reales vividos en el siglo XIX por el explorador y trampero norteamericano Hugh Glass y en parte recogidos en la novela de Michael Punke. Los cinco años que el director mexicano Alejandro González Iñárritu ha dedicado a este proyecto se dejan sentir en la perfecta planificación, en la minuciosidad con que se recrea el privilegiado marco rural y en la descrip- ción de unos personajes que pueden pare- cer primarios pero que tienen comportamientos complejos.