Fomenta, como el conjunto de la interesante filmografía del cineasta húngaro Kornel Mundruczo, la polémica y ha sido plataforma de debate de numerosos festivales en los que se ha proyectado, incluyendo el de Cannes en el que ganó el premio Ecuménico.

Su verdadero sentido nace del desconcierto que provoca y de la difícil lectura de un argumento que combina el drama más real y terrible de los refugiados con lo sobrenatural o los superhéroes con poderes asombrosos. En este sentido la película experimenta un cambio muy brusco de su historia desde el momento en que la soberbia media hora inicial, que nos ilustra con la tragedia de una Europa en grave crisis por la invasión de sus fronteras de inmigrantes procedentes de países en guerra, se transforma en un cine de acción marcado por las persecuciones y la huida.

Desde las causas que justifican el título, que según el director se debe a que el planeta Jupiter tiene satélite que se llama Tierra, hasta las claves que desembocan en el peso del milagro en la sociedad actual, la cinta incita más a la perplejidad que a otra cosa, aunque con un toque indudable de fascinación. Es la terrible odisea de un muchacho, Aryan, que ha logrado entrar en el Viejo Continente, donde es encerrado en un campo de concentración, con la angustiosa obsesión de encontrar a su padre.

Será así, al recibir un tiro mientras huía de la policía, cuando en una agonía mortal descubre que tiene facultades para volar. También se percata de ello un médico, que pretende utilizar semejante facultad para lucrarse y asegurar su porvenir lejos de Europa. Pero en este objetivo tiene ante sí un feroz enemigo, Laszlo, el implacable director del campo de concentración.

Con una espléndida narrativa, los desbordes imaginativos del relato son, en cambio, desconcertantes y gratuitos y justifican la reacción de un público sin acceso a unas claves inexistentes. Con el añadido que la película tiene un diseño propio del cine de ciencia-ficción tan moderadamente futurista que podrían ser nuestros días.