Sus virtudes en el plano de la ambientación, vestuario y elección de escenarios saltan a la vista, pero es una lástima que no se correspondan como sería de desear con unos diálogos y una interpretación con excesiva influencia teatral y con un toque demasiado acartonado, elaborado y erudito.

El caso es que con estos inconvenientes la película, un drama histórico que trata de reflejar el clima de hostilidades, ambiciones y enfrentamientos en la Corona española desde la muerte de la Reina Isabel hasta la del Rey Fernando, en los comienzos del siglo XVI, pierde la frescura y la capacidad para apasionar que resultaban indispensables.

El director Jordi Frades, que ya dirigió en televisión la serie dedicada a la monarca Isabel, y de la que esta cinta ha heredado infinidad de aspectos, no ha conseguido superar los escollos de ese desafío que se había impuesto de inspirarse en dos modelos soberbios, el Macbeth de Polanski y El león en invierno de Anthony Harvey. Eso sí, en el marco visual hay logros que no deben ocultarse, entre ellos la plasmación de momentos recogidos en pinturas de la época con una minuciosidad sorprendente.

La trama está contada por el Cardenal Cisneros a Fernando de Habsburgo con ocasión de la agonía del rey Católico, cuya figura es la más respetada de todas, y revela la tremenda lucha por el poder que se ha desatado en Castilla tras la muerte de Isabel.

El gran problema es que a pesar de lo que se recoge en el testamento, el deseo de Fernando de mantener el gobierno de Castilla es incompatible con las ambiciones de Felipe el Hermoso. Un panorama que se traduce en una lucha sin tregua entre la heredera auténtica, Juana, y sus principales enemigos, que no son otros que su padre y su esposo.

Fernando trata de alejar de Castilla a Juana al tiempo que pretende que Las Cortes la declaren incapacitada para reinar. Lo más relevante de un periodo tan crispa- do es la terrible lucha por el trono entre Felipe I el Hermoso y Fernando II de Aragón.