Logra superar en gran medida los riesgos de una trama demasiado específica y enmarcada de lleno en un terreno económico, que se vale además de un argumento sin concesiones a la galería que requiere de unos conocimientos previos por parte del espectador.

Pero es cierto que el director y guionista Adam McKay, al que conocíamos por títulos de solo muy relativo y hasta discutible interés como El reportero: La leyenda de Ron Burgundy y Hermanos por pelotas, ha tratado de simplificar en la medida de lo posible el guión y hacerlo más digerible. Con ese empeño y, sobretodo, con el sólido soporte de la novela superventas de Michael Lewis, uno de los textos que más ha logrado atrapar al lector norteamericano en relación con la crisis, ha elaborado la que es su mejor y más ambiciosa cinta. Con un cuadro de actores más que estimable, en el que destacan Christian Bale, Ryan Gosling, Steve Carell y, muy en segundo plano, un Brad Pitt que asume el cometido de «invitado», se ha conseguido que un producto como éste se abra paso en un ambiente incluso heterogéneo.

Lo que más sorprende, con todo, es que el director se vale de diversos géneros para contar algo que, en efecto, tiene factores propios del drama, de la comedia y de la crónica económica. Está contada mediante una vuelta atrás que nos lleva a las vísperas de la gran crisis, al año 2007, diseñando con soltura un panorama que amenaza de modo inminente con un gran desplome. Lo que se nos muestra abusa de referencias a términos, empresas, firmas y situaciones sobradamente explotados por los medios de comunicación en los últimos años, desde los bonos basura y las hipotecas subprime hasta la burbuja inmobiliaria, las agencias de calificación y, por supuesto, el paro generalizado y una crisis terrible y sin otros precedentes que la que asestó el más duro golpe al sistema capitalista en 1929.