Nos devuelve al Álex de la Iglesia de sus primeros tiempos, especialmente al que se convirtió en una revelación del cine español en 1995 con El día de la bestia y aunque estemos ante un producto con altibajos, que no siempre saca lo mejor del realizador, sí que supone un reencuentro dichoso con esa comedia terrorífica y gamberra, con reparto coral, que tanto hemos echado de menos

El cineasta vasco deja de momento las películas en clave de cine de autor con pretensiones críticas, del tipo de Balada triste de trompeta y La chispa de la vida, para efectuar un retorno a sus orígenes que resulta, en términos globales, imaginativo casi siempre y a menudo divertido, aunque con cosas que pue- den estar de más. Lo que sí es obvio es que sigue dominando los resortes de la realización con in- dudable brillantez y que cuando más complica- do es el reto que tiene ante sí más airoso sale de la prueba.

En este factor es decisivo su acierto para diseñar un reparto magnífico, no sólo por el buen resultado que dan todos los actores, sobre todo los dos que llevan el mayor peso, Hugo Silva y Mario Casas, que sacan a relucir un inusitado y eficaz sentido del humor, sino porque son un perfecto reclamo para la taquilla. Con cameos muy jugosos de Santiago Segura y Carlos Areces haciendo de mujeres.

La táctica del autor de Muertos de risa y La Comunidad sigue siendo la misma de siempre, de modo que desde el comienzo la situación entra en plena ebullición y la acción no contempla ni el más mínimo respiro. Metidos de lleno en un atraco, el que llevan a cabo dos artistas callejeros, caracterizados respectivamente de Jesucristo y de soldado de plástico, el objetivo es hacerse con un botín suculento en un establecimiento de «Compro Oro» de Madrid para que ambos puedan superar sus frustraciones, José en relación con sus derechos para hacerse con la custodia compartida de su hijo y Tony para superar su débil autoestima. Lo peor es que se ven obligados a utilizar un taxi e involucrar en la fuga al taxista, que ha de acompañarles hasta su destino en Francia. La cosa, desde luego, no queda ahí y la reacción de la madre del pequeño, que ha sido testigo del suceso, no se hace esperar.

Es más, moviliza también a dos policías amigos de ella que se toman las cosas demasiado en serio. Si no bastara con estos ingredientes para forjar un relato desmadrados a ello hay que unir el verdadero leit-motiv de la cinta, el tema de la brujería. Porque en su camino al país vecino la comitiva pasará por un lugar inquietante, una zona boscosa del País Vasco en el que siguen celebrando sus aquelarres milenarios un grupo de brujas.