Desprende el cariño y el fervor que los hermanos Farrelly profesan por un trío humorístico, Los Tres Chiflados, que brilló en Hollywood desde 1934 hasta 1959 y que para muchos espectadores veteranos representa el punto más alto de un determinado tipo de humor.

La película es un homenaje encomiable, aunque ponga de manifiesto la pérdida de actualidad de la comicidad de los protagonistas, que denota el entusiasmo de los cineastas con ellos y su notable conocimiento de los resortes que movieron Moe, Larry y Curly, los integrantes del grupo, para hacer reír al público.

Su verdadera edad de oro tuvo lugar al calor y a la risa de sus numerosos cortometrajes.

En ese periodo se centra esta cinta, que pretende rentabilizar una pretendida diversión apoyada en los golpes y en el disparate, los que se dan y los que propinan tres seres que desean hacer el bien pero que no hacen otra cosa que crear conflictos tremendos. Moe, Larry y Curly fueron depositados en un orfanato administrado por monjas cuando eran bebés y han crecido en un ambiente carente de malicia. Lo que no han podido superar es su torpeza, que supone que, allá donde se metan, originen un verdadero cataclismo. A pesar de que siempre se mueven por una buena causa, en este caso la salvación del orfanato que va a cerrar sus puertas por la crisis económica, sus logros se ven a menudo frustrados.

La película cumple un expediente digno pero carente de estímulos para las nuevas generaciones. Puede que haya demasiadas reiteraciones o que sencillamente el humor actual se nutra de otras fuentes que tienen poco que ver con la estridencia y con el puro gag visual, procedente del cine mudo, pero es obvio que hoy en día Los Tres Chiflados no alcanzarían la gloria.