Si la película original era aburrida y de una vulgaridad manifiesta, esta secuela no hace más de incrementar todos los aspectos negativos hasta configurar un panorama desolador. En fin, que no hacía falta tener dotes adivinatorias para presagiar lo que se venía encima, más aún comprobando que mantiene a buena parte de su reparto, incluidos los protagonistas Seth Rogen, Zac Efron y Rose Byrne y a su director, un Nicholas Stoller que firmó comedias del nivel de ´Paso de ti´ y ´Todo sobre mi desmadre´ y que no aporta ni un solo elemento original que reclame la atención. Sin olvidar que el propio actor Seth Rogen ejerce de productor y de coguionista.

Que lo peor estaba por llegar, por tanto, no es una sorpresa y todo apuntaba en esa dirección en un argumento que insiste una vez más en las funestas fraternidades, esos grupos de universitarios decididos a montárselo en grande no sólo en las aulas. Algo que experimentarán en sus carnes ´Los Radner´, los esposos Mac y Kelly, cuando se las prometían muy felices al recibir la gran noticia de que esperan su segundo hijo.

Todo parece salir a pedir de boca ya que pronto venderán su casa para adquirir la bella mansión de las afueras por la que suspiran. No contaban, sin embargo, con la intromisión de la fraternidad universitaria Kappa Nu, que en su intento de no poner freno a sus fiestas escandalosas han decidido adquirir justamente la casa de al lado. Para los Radner es evidente que la tranquilidad es una utopía.

Con unos diálogos zafios y chabacanos, que tratan inútilmente de dar pie a la sonrisa, las cosas van de mal en peor, aun más con la estrategia que ponen en marcha los Radner para evitar que la fraternidad adquiera el inmueble, que no es otra que recurrir a un antiguo vecino para que se infiltre entre las chicas y consiga frustrar sus planes. Una estrategia que se mueve entre lo anodino y lo grotesco que conviene, por supuesto, pasar por alto.