Ha impactado de lleno en la diana del éxito y lo ha hecho siguiendo la estela de los largometrajes de animación creados por la misma productora, es decir Illumination Entertainment de Chris Meledandri, especialmente los de la serie ´Gru, mi villano favorito´, que ha lanzado a unos personajes, ´los Minions´, que se han ganado el afecto y el aplauso de los espectadores menudos. Nadie pone en duda, sobre todo a la luz de unos iniciales datos de recaudación espectaculares, que la cosa va a continuar por parecidos senderos y todos están convencidos de que más temprano que tarde habrá secuelas que contar. Para amarrar mejor los cabos no se ha arriesgado nada, de modo que el director de la película es el Chris Renaud que ya realizó las dos entregas de Gru, ahora acompañado de un novato, Yarrow Cheney.

Lo que más se impone de este largometraje es su acertado sentido del humor, la simpática agresividad de buena parte de los personajes, que contrastan con la candidez que prevalece en el género, empeñados al precio que sea en lograr sus objetivos, y la variopinta y nutrida pléyade de mascotas que invaden la pantalla. No se trata solo de perros, aunque sean los más numerosos, también hay que señalar la presencia de gatos, pájaros, conejos, serpientes, ardillas, hamsters, halcones y, entre otos, tortugas. Todos estos están empeñado en vengarse de las afrentas que han sufrido de los seres humanos y se han aglutinado en una marcha reivindicativa. Diversión moderada pero tener muy en cuenta.

No obstante, el protagonismo recae sobre dos chuchos, el terrier Max, que ha sabido erigirse en líder del edificio próximo a Manhattan en el que vive su simpática propietaria, Katie, y Duke, un perro cruzado y con enorme melena que aprovecha cualquier coyuntura para ponerse a su lado. Hay un tercero en discordia, el conejo Pompon, cuya meta no es otra que reunir a todas las mascotas de Manhattan que han sido abandonadas para castigar por su felonía a los dueños renegados. Con este sencillo esquema se monta toda una organización al servicio de la acción que convierte el tinglado por momentos en una locura, tanto al volante de cualquier automóvil como en el edificio más alto de la zona. Y todo eso mientras los ingenuos dueños están convencidos de que sus animalitos descansan pacientemente en sus casas esperando con ansía que asomen por la puerta cuanto antes.