Se ubica por completo en el bloque de las mejores películas de la catalana Isabel Coixet, que ha efectuado un esfuerzo muy por encima de lo habitual, filmando a muy bajas temperaturas que en alguna ocasión rebasó los 20 grados bajo cero, para aportar intensidad y realismo a esta historia inspirada en personajes reales y que nos sitúa en 1908 en vísperas de la conquista del Polo Norte.

Hay dos factores de peso que contribuyen a que uno se meta de lleno y hasta sufra los rigores de lo que está viendo, por un lado la magnífica ambientación, con rodaje en escenarios de Noruega y Bulgaria, y por otro la soberbia interpretación de una Juliette Binoche, que tardó algunos años en dar el visto bueno a la directora. La actriz francesa, ganadora del Oscar por el mejor papel de reparto por El paciente inglés, asume desde el comienzo mismo el cometido de Josephine Peary, una dama de la alta burguesía neoyorquina de primeros del siglo XX que se siente tan enamorada de su marido, el viajero y explorador Robert Peary, y tan harta de no tenerlo nunca a su lado, que decide dejarlo todo e ir en su búsqueda en la ruta del Polo Norte. Es una empresa casi suicida, porque las condiciones climatológicas son ya terribles, y porque ella no está acostumbrada a vivir situaciones límite a temperaturas de hasta 50 bajo cero. A pesar de ello, reúne a dos esquimales, uno de ellos mujer, y al veterano guía Bram y se lanza a la aventura.

Con este punto de partida, irrumpe muy pronto lo que viene a convertirse en la espina dorsal del relato, la profunda amistad de Josephine con Allaka, una miembro de la comunidad inuit. Si la relación entre ambas es muy fría y hasta desagradable en principio, pronto se transformará por completo a la luz de las revelaciones que surgen, erigiéndose en semilla de una increíble amistad. La lucha que une a ambas en su afán de supervivencia romperá todas las barreras que las separan