Convierte al culto a la velocidad y a las persecuciones y piruetas de los automóviles, a unos niveles no ya inverosímiles sino grotescos, en el único protagonista, tratando de complacer exclusivamente a ese sector de público que disfruta con estos ingredientes. Por eso puede hablarse con toda lógica de una especie de síntesis entre las películas de la serie 'The fast and the furious' o 'A todo gas', y las de 'Cannonball', con homenajes particulares, que incluyen imágenes, a 'Bullitt'.

Un producto, en definitiva, pensado para la taquilla que adapta a la pantalla grande el videojuego homónimo, que apareció a la venta en 1994 y que tras su gran éxito internacional, como ha sucedido en otros casos, ha sufrido el correspondiente trasvase. Eso sí, se ha hecho no ya con poca imaginación y con una penosa descripción de los resortes dramáticos y románticos, sino sobre unos cimientos muy frágiles en materia de guión y la elección de un director, Scott Waugh, que solo había firmado un largometraje, Acto de valor.

La trayectoria del protagonista, Tobey Marshall, no es otra que la ya convertida en tópico por Hollywood del joven talento en materia de automóviles trucados para carreras en las que todo vale, tanto en cuestiones de motor como de conducción, que no ha logrado encontrar la oportunidad que merece, pero al que el día menos pensado le cae del cielo la posibilidad de alcanzar la gloria y el dinero.

Todo lo que tiene que hacer es poner a punto un coche Mustang que es propiedad de un caprichoso multimillonario y con el que va a participar en un rally sin cortapisas de ningún tipo. Con lo que no contaba es que sería traicionado y que pagaría por ello con dos años tras las rejas. Decidido a vengarse de la afrenta, lo que rellena el expediente de la cinta a partir de la libertad de Tobey no es más que una sucesión de carreras informales por carreteras urbanas.