El título define, sin duda, lo que es la película, un subproducto sin pies ni cabezacon el que el veterano realizador Antonio del Real continúa en caída libre, muy lejos de aquellas comedias simpáticas y no exentas de frescura, del tipo de Cha cha chá y Corazón loco que, al menos, convocaban la sonrisa. Situada entre la comedia ridícula y la denuncia grotesca, no encuentra nunca el tono idóneo para que sus fotogramas susciten el más mínimo interés.

La tendencia permanente de los personajes a pasarse de rosca, exagerando sus ademanes de forma irritante, impide que algo de su supuesta crítica contra la corrupción en altos mandos de la Guardia Civil llegue a fraguar. Y lo que es peor del todo, su desmesurado metraje, que alcanza casi las dos horas, convierte el espectáculo, obviamente, en una auténtica tortura. Del Real se ha basado en una novela de Juan Carlos Córdoba que tiene la estructura de thriller con ribetes políticos, encauzando un relato que saca a la luz trapos sucios de la Benemérita que afectan, sobre todo, a una cúpula militar que sigue aferrada al pasado en materia de privilegios y de corruptelas.

Desgraciadamente, la solución que se le ha dado en la pantalla, resaltando el intento de divertir mediante la burla fácil, no puede ser más desdichada. Desde que la trama se define, fruto del encuentro del cadáver decapitado y sin pies que encuentran dos números de la Guardia Civil en la sierra madrileña, la sucesión de disparates no cesa. Y un caso que parecía remitir a la actuación de una secta se complica y politiza cuando se comprueba que el muerto es un sindicalista del cuerpo que despertaba la animosidad, sobre todo, del General Yanes, que está empeñado en echar tierra al asunto.