Se mueve en un terreno irregular, a veces con tendencia a quedarse atrapado en el fango pero sabiendo salir con recursos propios del atolladero. Y es obvio que el director Martin Hodara ha forjado momentos brillantes junto a otros en los que la temperatura dramática se diluye un tanto, sobre todo cuando pretende valerse de procedimientos narrativos más que originales que se resienten por estar harto forzados.

Si algo queda claro en la película es que funciona mejor cuando la historia es lineal que en las ocasiones en que se fragmenta el tiempo y se plantean soluciones muy poco operativas. Factores que, en cualquier caso, no son graves teniendo en cuenta que se trata del segundo largometraje de Hodara, que solo había realizado hace diez años 'La señal' como codirector con el actor Ricardo Darín.

Aquí los dos han vuelto a colaborar en formato de thriller psicológico y drama familiar. Rodada en escenarios de los Pirineos, porque la nieve era condición sine quanon para la película, que gana mucho y adquiere entidad propia, nos pone de nuevo en conexión con una tragedia familiar marcada por la muerte, la incomprensión y la violencia.

Se plantea como consecuencia de la vida solitaria de Salvador, que no ve con buenos ojos la inesperada llegada de su hermano Marcos, al que hace décadas que no ve, y menos aún que aparezca con Laura, una joven española con la que se ha casado y con la que espera un hijo. Con todo, todavía el clima se hace más irrespirable al intuir Salvador que están allí por un tema de herencia en el que Marcos espera sacar tajada.

Si ya desde el principio se deja sentir la tensión y la agresividad de Salvador, apenas pasan unos minutos salen a la luz contenciosos de un pasado terrible, que incluye un crimen en el que Salvador y un hermano vivieron una situación trágica. Estos detalles de un pasado que no se ha superado son los que más dañan, por estar demasiado forzados, la estructura global de la cinta, que a pesar de todo se sostiene en pie solo con ligeros daños y gracias al cuarteto de actores.