Está reservada casi exclusivamente a niños y adolescentes y es una contribución a la ciencia-ficción marcadamente ingenua que solo en contados momentos aporta ingredientes con capacidad para interesar. Por eso y a pesar de contar con el reclamo de dos actores como el oscarizado Ben Kingsley y la sugestiva Gillian Anderson, su presencia en las pantallas españolas apenas se ha dejado sentir.

Su director, el británico Jon Wright, había firmado previamente dos películas, Tormented (2009) y Grabbers (2012), que tempoco lograron conjugar un mínimo de atención. Con escaso presupuesto y unos efectos visuales solo discretos, el relato nos sitúa en un futuro en el que la Tierra ha sido ocupada por alienígenas con diseño de robots gigantescos y agr esivos que controlan por completo a la raza humana, sin dejarle capacidad de maniobra alguna, hasta el punto de que ni siquiera pueden salir de sus casas.

Para evitar sorpresas, los humanos se ven obligados a portar unos dispositivos electrónicos que controlan sus movimientos, de modo que se juegan la vida si se atreven a escapar de su influencia. Si no fuera suficiente con ello, los aparatos represivos del enemigo, de una eficacia contundente, vigilan con un celo notable. Contemplada desde la perspectiva de un grupo de jóvenes que han optado por luchar por su libertad al precio que sea, la suerte se pondrá de su lado.

Y es que no contaban con que un inesperado fallo en los resortes electrónicos que portan en sus cabezas les iban a permitir establecer una estrategia de fuga que pasa, previamente, por encontrar el paradero del padre de uno de ellos. Es el caso, en concreto, de Robin Smythe, que pretende que la atractiva Kate Flynn se convierta en su esposa convencido de que su marido murió, algo que ella no acaba de creer.

Es más, tampoco su hija Sean está convencido de ello. Así las cosas, la acción se reactiva algo en una fase final que sin levantar apenas el vuelo, por lo menos no aburre en exceso.