Está repleta de vida y a pesar de valerse de numerosos elementos dramáticos que contemplan cuestiones tan terribles como el sida y la muerte, podría definirse mejor como una comedia que sitúa la amistad y la diversidad en su centro de gravedad. Divertida y seria, sin perder nunca el cordón umbilical que la conecta con unos personajes entrañables, no sorprende en absoluto que se hiciera con la Biznaga de Oro en el Festival de Cine Español de Málaga y que recibiera también el premio a la mejor actriz de reparto, la muy joven Gabriela Ramos, y el del público. Por eso este octavo largometraje del director cubano Fernando Pérez está al nivel del mejor de su filmografía,

La vida es silbar, que ganó el Goya en 1998 a la mejor película latinoamericana. Todo eso con un soporte básico, un reparto de nombres tan poco conocidos entre nosotros como solventes y brillantes. Con todo, un factor decisivo en el buen juego que ofrece la cinta es su perfecta descripción de una Habana que está reflejada en su auténtica esencia. Es una ciudad contemplada desde el propio centro urbano, a pocos metros del emblemático Capitolio Nacional Cubano, que muestra sus carencias, su notorio deterioro, sus fachadas desconchadas y un aluvión de ropa tendida.

En él viven los dos protagonistas, Miguel, que sueña desde hace años con trasladarse a Estados Unidos para empezar una nueva vida y dejar su trabajo de camarero, aunque está a la espera de un visado que nunca llega, y Diego, que es gay y vive postrado en una cama, víctima de un sida terminal. Lo llamativo del caso es que mientras Miguel es serio, de muy pocas palabras y asexual, Diego tiene un considerable sentido del humor y afronta su enfermedad sin especial amargura. Los dos son, por encima de todo, amigos y se entregan uno a otro sin reparo alguno, sugiriendo un pasado en común del que no se aportan más datos. El relato trascurre a lo largo de varios meses, culminando en Nochebuena, cuando los acontecimientos se precipitan y la llegada de una sobrina de Diego, aunque en realidad el parentesco es más lejano, aporta un toque con auténtico sabor cubano.