Hay que englobarla en el apartado de las mejores versiones que se han hecho en cine sobre el mito de Frankenstein, especialmente porque se apoya en una magnifica ambientación, rompe con todos los esquemas narrativos clásicos de las películas sobre el tema y se acerca al mismo desde una óptica distinta.

Tanto es así que lo que nos ha ofrecido el director Paul McGuigan es la versión del personaje de Igor, es decir el ayudante del doctor Victor Frankenstein, un tipo que apenas ha aparecido en la pantalla y que debe en gran medida su relativa popularidad a la cinta de Mel Brooks El jovencito Frankenstein.

Con su original perspectiva, sin renunciar incluso a cosas que están en el libro de Mary Shelley, y con el duelo verbal que a menudo se establece entre el profesor y su ayudante, fruto de que el primero no pone frenos morales ni éticos a su afán por resucitar a los muertos, se va configurando un producto más que interesante que a pesar de emplear los recursos propios del terror es, por encima de todo, una película sobre la búsqueda de la inmortalidad y sobre la «locura» intelectual de un hombre que llevó demasiado lejos sus propuestas científicas.

Con una interpretación a elogiar del ex Harry Potter en el papel de Igor y de James McAvoy, que ha aparecido en dos títulos de la saga X-Men, en el del científico supuestamente enajenado. Desde los primeros fotogramas se hace patente el cuidado de la recreación que se lleva a cabo de la Inglaterra de mediados del XIX, cuando un suceso fortuito, la caída del trapecio de la bella profesional Loreley, permite que el joven jorobado Igor pueda escapar del circo en el que estaba recluido casi como un animal de zoo.

El que lo rescata de este infierno y que, además, le priva de la horrible joroba, no es otro que Victor Frankenstein que va a disponer del mejor ayudante que podía desear. Ambos deberán estar alertas de una policía que sigue sus pasos al acusar al profesor de asesinato en la huida que significó la libertad de Igor.