Cuando George Clooney se puso tras las cámaras en 2002 para dirigir Confesiones de una mente peligrosa, muchas cejas se arquearon con flecha envenenada. Otra estrella con veleidades artísticas, .eh? El actor de Urgencias cerró bocas con un trabajo admirable y nada convencional.

Luego volvería a dar en la diana artística con Buenas noches, y buena suerte: cine comprometido, espinoso. Del bueno. Ahora ha regresado con Los idus de marzo, en la que se reserva un papel secundario pero sabroso como político con fosas que ocultar. Un trabajo más que estimable que, sin llegar a la altura de sus dos primeras obras, muestra a un cineasta con ganas de contar historias que arrojen luz sobre territorios de la sociedad poco transitados por Hollywood, en este caso, la trastienda de la política.

A Clooney se le ha unido, contra todo pronóstico, otra estrella: Angelina Jolie. Su debut como directora, En tierra de sangre y miel, una arriesgada historia sobre la guerra de los Balcanes centrada en la turbia relación entre un policía serbio y una pintora bosnia a la que esclaviza.

La respuesta comercial ha sido pobre (su distribución en España deja mucho que desear) y la crítica, en general, ha valorado el coraje de la actriz al embarcarse en un proyecto poco convencional y de crudeza extrema (el final es desolador sin paliativos), pero también ha llamado la atención sobre la endeblez de un guion mal construido, peor ensamblado y burdo en el dibujo de personajes. Habrá que esperar a un segundo trabajo, si llega, para tener una opinión fundamentada sobre el futuro de Jolie como realizadora.

La lista de estrellas que un buen día (o malo, en algunos casos) decidieron dar la orden de !acción!. en lugar de limitarse a recibirla es larga, aunque pocas acabaron teniendo una carrera digna de tal nombre.

Algunos empezaron siendo estrellas y dirigiéndose a sí mismos, como no podía ser de otra forma dada su categoría de autoproclamados genios, como Orson Welles, que tendría un equivalente más modesto en Kenneth Branagh. Otros, como Marlon Brando, cogieron las riendas y el caballo se desboco: El rostro impenetrable es un ejemplo histórico de megalomanía galopante, interesante pero dolorosamente fallida, además, porque el proyecto, por el que pasaron Peckinpah y Kubrick, pintaba bien.

El ejemplo contrario lo protagoniza Paul Newman: sin el menor atisbo de vanidad en sus miras, sorprendió a propios y extraños con dos intimas y hermosísimas obras maestras como Raquel, Raquel y El efecto de los rayos gamma sobre las margaritas, con su mujer, Joanne Woodward, mandando en el reparto.

Hizo mas, pero no le salieron tan bien. Su amigo Robert Redford se animo en 1980 con un melodrama de corte televisivo que arraso en los Oscar (inmerecidamente). Gente corriente se definía a sí misma: corriente.

Poca cosa. Luego se puso bucólico en Un lugar llamado milagro y El río de la vida; se agrio en su mejor trabajo, Quiz Show, y se hizo un auto homenaje con El hombre que susurraba a los caballos.

Con La leyenda de Bagger Vance se pego un buen castañazo, y la ultima, La conspiración, ha pasado con más pena que gloria. Hay quien se toma con calma la eleccion de proyectos, y no suele fallar: Robert De Niro debuto con la notable Una historia del Bronx, y anos después rodo una de las últimas obras maestras de Hollywood: El buen pastor. Algo de lo que no puede presumir la diva Barbra Streissand, que se autorregalo Yentl, El príncipe de las mareas y El amor tiene dos caras. Minucias con mucho flou.. Jack Nicholson tenía posibilidades de hacer algo valioso, por su personalidad y talento, pero al final, de cuatro titulos solo ha quedado uno que valga la pena: Los dos Jakes, secuela de Chinatown.

Hollywood suele ser generoso con las estrellas que quieren dar un plano adelante. Que se lo digan a Mel Gibson o Kevin Costner con Braveheart o Bailando con lobos, todo aspavientos visuales con poca entraña. Nada que ver con Woody Allen o Clint Eastwood, cuya carrera interpretativa corre paralela a la de directores. Ben Affleck o Gary Oldman (extraordinaria Nil by mouth) han mostrado fuerte personalidad como cineastas, aunque el segundo debió dejarse la piel en el empeño.

John Wayne, Kirk Douglas, Anthony Quinn, Burt Lancaster, Jack Lemmon, Frank Sinatra, Gene Kelly, Jerry Lewis... El Hollywood dorado también vio a algunas de sus mayores luminarias intentar ir más allá, sin fortuna. Y hubo una que rodo una de las mejores películas de todos los tiempos: Charles Laughton y La noche del cazador. Fue un fracaso estrepitoso, y Laughton no volvió a ponerse nunca tras las cámaras. Que lastima.