¿Uno ha de tener motivos justificables para realizar el bien, o el bien es un fin en sí mismo que no ha de ser justificado y que se puede llevar a cabo sin ningún motivo añadido? Es una pregunta de filosofía moral fundamental que ha cobrado estos días plena actualidad gracias a la decisión de La 2 de emitir diariamente un capítulo de «Frasier». Así, porque sí. Sin venir a cuento. Sin que «Frasier» haya vuelto a tener relevancia por ningún motivo en especial. Se trata sencillamente de la mejor comedia televisiva de la historia –bueno, vale, «una» de las mejores; bueno, no, «la» mejor–, realizada entre 1993 y 2004, y que incluyó personajes secundarios y subtramas sencillamente inolvidables para el resto de nuestras vidas. Pero terminó hace ya ocho años. Ninguna cadena de televisión en su sano juicio se atrevería a emitirla a la hora de la cena.Y, sin embargo, alguien preguntó al Supremo Programador de La 2 qué podría colocarse en ese hueco de la parrilla y el Supremo Programador contestó que «Frasier». «Frasier», así, por mis santos argumentos ontológicos. Aunque no tenga nada que ver con el resto de la programación de La 2. Está claro que el Supremo Programador es un defensor de la justificación intrínseca del bien.

Y yo también. Es cierto que «Frasier» ha quedado anticuada por el auge arrollador de la ficción televisiva durante la última década. Es cierto que estamos viendo estos días capítulos grabados hace casi 20 años cuya calidad de imagen es ingenua e inocente. Pero cuando me enteré de la noticia de la emisión diaria de la serie me pareció intelectualmente defendible poder volver a contar con el bien en nuestras pantallas, el bien televisivo en estado puro. «Frasier» per se. «Frasier» ipso facto. ¿Necesita La 2 alguna justificación adicional para emitir sus 265 capítulos a lo largo de 2012? No opino así.Y creo que cualquiera que comience a seguir con regularidad las aventuras de los hermanos Frasier y Niles Crane estará también de acuerdo en la legitimidad de la decisión que ha tomado La 2 y en la justificación intrínseca del bien.