Para poder llegar a un punto que consideremos como parte del viaje tenemos que haber partido, tomado un camino y haber decidido la dirección que deseamos trazar. Pero hay viajes que son infinitos, como el camino, que es tan largo como podamos atravesarlo.

Por ello, cuando tenemos la dicha de encontrarnos con viajeros que nos dejan su experiencia nuestro transcurrir será más dichoso. Más que alentarnos sobre lo que habrá en el camino nos entregan al experiencia de quien ha realizado, ya, parte del viaje. Así sucede algunas veces con los vinos, que los probamos de año en año y notamos que su creador, quien va caminando en las cosechas a su lado, consigue dar un paso más en el viaje hacia la plenitud, que unas veces vendrá dada por la intensa expresión del territorio, otras por haber contenido el calor, y haber sabido de qué manera había que tratar a las uvas. El viaje de un hacedor de vinos es largo, porque las visiones de su vino van cambiando conforme la edad de sus viñas aumenta, conforme sus conocimientos se trasforman. Conforme el hombre y su aprendizaje tienen la plenitud de ir siendo, año a año, cosecha a cosecha, parte de la historia de la viticultura.

Gerardo Méndez es una de esas personas concretas que ha ayudado a que el mundo del vino cambie. Su vino es impensable sin su personalidad cuidando la tierra y descubriendo nuevas vías para que los Albariños gallegos revelen nuevas posibilidades y caminen por los mercados mundiales ampliando su figura. Es un agricultor que hace vinos, un visionario que sabe que lo infinito solo es un paso más que está al alcance de quien lo persigue sin desanimarse, abriendo puertas y posibilidades, pero dándole a la tierra el valor que tiene. El del origen.

DO FERREIRO CEPAS VELLAS 2010 procede de cepas prefiloxéricas del valle del Salnés. Así que volvemos a felicitarnos por la benevolencia del tiempo, que en un momento determinado dejó de lado determinadas regiones y zonas vinícola, para dormirlas en una nube de la que sólo han comenzado a salir para ofrecernos mundos espectaculares. Pero además una parte de la producción de la uva se le botritiza, es decir, entre un diez y un quince por ciento de la uva que se recoge para elaborar el vino se busca que recibe la caricia de la "botritis cinerea" o noble, ese hongo que logra dar una peculiaridad aterciopelada al vino resultante, arrugando primero el grano, pacificándolo, para crear un misterio felizmente resuelto por el agricultor, que ahonda aún más la complejidad de un vino hecho para que perdure varios años futuros.

Los viajeros que transitan hacia ese mundo imposible del vino perfecto tienen en esta botella un prismático o catalejo con el que mirar el porvenir. Cuando sentimos en la copa la trascendencia del líquido que tenemos delante para disfrutar, un aroma de entresijos nos alerta de que hay que prestar atención a lo que tenemos delante. Cepas de más de 200 años hablan un idioma pausado. Y exigen un beber pausado. Conocer la historia es necesario para saber, muchas veces, con lo que nos enfrentamos, y con lo que debemos atrevernos a buscar. Aquí, junto al paso del tiempo, nos encontramos con la extracción de la vida, que deja caminos transparentes y profundos sobre el cristal de la copa. En sus reflejos dorados, provenientes de ese amarillo paja dorado hay arena de un reloj de ha ido sucediendo el sabor de la elegancia. Mineralidad y salinidad ocupan la nariz cuando han dejado de borbotear los juegos florales donde cítricos y aromas tropicales nos dan el enigma de una uva versátil.

Toda la complejidad del tiempo y su elegante concepto propuestos en un vino hecho por el hombre, para el disfrute del hombre. Un concepto sencillo, sí, pero que encierra una verdad lineal y ambiciosa. La capacidad de comprender que el trabajo bien hecho puede estar en el camino.