Es el plato sano y equilibrado por excelencia. La ensalada, o la mezcla de vegetales crudos aliñada con aceite y vinagre, aporta fibra, vitaminas, antioxidantes, minerales y un largo etcétera de nutrientes que la convierten en un plato casi medicinal. Por supuesto, sin olvidar su discreto aporte energético.

Ahora bien, no siempre es un plato tan perfecto. Y eso sin contar que bajo esta denominación se hacen las más variopintas mezclas de alimentos. Un punto que tener en cuenta es que la ensalada puede llevar una cantidad de aliño excesiva, como cuando sobre la liviana ensalada de pollo se sirven cantidades notables de una densa salsa rosa. O si las inocentes ensaladas de lechuga, cebolla y tomate están bañadas en aceite. Cada cucharada de aceite o mahonesa añade unas 100 kcal a la ensalada.

Además, hay salsas, como la de soja, que contienen muchísimo sodio. Un aliño excesivo puede cambiar radicalmente el valor nutritivo de la ensalada y añadir a los vegetales una cantidad de grasa, sodio y energía considerable. Otra cosa es que a menudo se acompaña de ingredientes que, aunque conviven con hojas verdes, contienen grasas poco saludables, como la popular ensalada de queso de cabra, coronada por una porción más que generosa de un queso muy graso.

La de burrata es un caso parecido. O las que llevan beicon, foie, brie... Cabe recordar igualmente que las ensaladas, al contener mucha fibra, no son precisamente digestivas y pueden conllevar molestos problemas de meteorismo. Así que, con las ensaladas, también hay que vigilar qué se pone en el plato. Moderación en la cantidad y el aliño es el mejor consejo.