En las próximas semanas voy a intentar contar en esta modesta columna, que nuestro querido diario INFORMACIÓN ha tenido a bien brindarme, todas las historias, anécdotas y vicisitudes que alrededor del vino Fondillón de Alicante he ido recopilando durante los cuarenta años de estudio y profesión vitivinícola.

Los alicantinos tenemos muchas singularidades, pero es verdad que en el apartado de la buena mesa nos salimos. La avalancha de acciones, eventos, jornadas, cursos y ferias gastronómicas es impresionante y una de las columnas vertebrales de todo esto es el vino. Contemos, pues, todo lo que sepamos del buque insignia de nuestros caldos.

El Fondillón, ese vino centenario del que hablaba Azorín, tiene un respaldo cualitativo impresionante que ya definió Ángel Muro, el padre del enciclopedismo culinario, en su «Tratado de Cocina» a principios del siglo XX. Otros autores de renombre como Alexandre Dumas ya lo habían reivindicado entre sus predilecciones y también fue objeto de culto, descripción y asombro de viajeros venidos desde todos los confines de Europa como Townsen, Gautier o Ford.

Centenares de referencias literarias que he ido coleccionando en mi archivo, algunas publicadas parcialmente, citadas erróneamente, inventadas a modo de ensoñación, y otras inéditas que no han parado de brotar de las entrañas del olvido como un torrente de emociones. Cada descubrimiento, cada hallazgo, ha sido para mi, que me considero devoto fan del Fondillón, como una luz nueva para el conocimiento y comprensión de lo que fue y es uno de los mejores vinos del mundo.

Lo digo curado de complejos provincianos y me animo a emprender esta serie de relatos amparado por la curiosidad que me produce saber que al mismo tiempo que Colón volvía de la gran epopeya, H. Münzer se maravillaba por escrito de la calidad y fama de los vinos de Alicante. Y yo ahora, cinco siglos después, me siento ansioso por contarlo y compartirlo.