Entre esos nombres perdidos podemos encontrar la Isla del Pardal, por su probable relación para las gentes del lugar con esta especie de gorrión, una estrecha isleta de forma alargada cubierta por el agua que se localiza todavía a vista de pájaro frente al cordón dunar de La Mata, en el límite con el término municipal de Guardamar, junto al acequión que une el mar con la laguna salinera de La Mata.

O la Cala de Las Palomas, frecuentada por estas aves, que vendría a estar situada en los recortes rocosos que se suceden entre las actuales calas del Mojón y de La Zorra. La misma zona donde, a la altura del conocido edificio del Eden Roc, ubica Pujol la cala que en tiempo tan antiguo como el de los primeros habitantes del poblado de la Torre Vieja -germen de la ciudad actual a mitad de 1700-, llevó el evocador nombre de Cala del Lobo Marino.

Explica este investigador en un artículo publicado en la revista científica Galemys, que la Cala del Lobo Marino hacía referencia a la habitual presencia en estos lares de una especie de mamífero marino, la foca monje, también nombrada «lobo marino», o sus variantes catalanas de «llop marí» y «vell marí». En las costas de Alicante, Murcia y Almería tuvieron su último refugio las poblaciones reproductoras de esta especie según Pujol, y es importante el hallazgo porque «hasta la fecha no se había registrado ningún accidente geográfico que llevara el nombre de este mamífero en el sur de la provincia», a excepción de la documentada Cueva del Lobo Marino, en la Isla de Tabarca, «último lugar de Alicante donde se reprodujo la foca monje y donde se mató el último ejemplar de la especie en 1951».

Foca monje

El pequeño tamaño de la cala torrevejense y su difícil acceso desde tierra y desde el mar, terminaron por condenarla al olvido de la gente al mismo tiempo que la foca monje iba desapareciendo de sus aguas.

Aunque hasta bien entrados los años 60 del siglo XX se siguieran produciendo avistamientos ocasionales de esta especie como el que recuerda Manuel, viejo pescador jubilado, cuando una mañana, a la altura de la Cala del Mojón, pusieron proa a recoger lo que creyeron era un perro en medio de la mar, hasta que ya cerca del animal entendieron que no podía ser más que una foca al verlo desaparecer bajo el agua.

Algo vivo

Son ejemplos de que la toponimia es algo vivo que se olvida o cambia con nuevos nombres adaptados a nuevos tiempos. Como es el caso la Punta Carral o Punta Margallo, más conocida ahora entre la mayoría de los torrevejenses por el nombre de «Las Columnas» tras la instalación de un monumento a las culturas del Mediterráneo. Desaparecen topónimos que ha nombrado la gente durante décadas y se acuñan otros según nuevos usos y para nueva gente.