Claro que tengo miedo. Y rabia e impotencia. Es más, veo a mucha gente mayor aterrada y desconcertada. Frágil. Preocupados por el mundo que dejan a quienes nacen ahora, sin duda mucho peor, más incierto con el que ellos tuvieron que pechar. Y mira que el suyo fue duro.

Llevo contemplando el mundo a través de la televisión desde que nací. Y cada vez me gusta menos. ¿Cuánto puede abarcar mi horquilla temporal? ¿De 1962 a 2032, año arriba año abajo? Es bueno saberse finito. Ayuda un montón a relativizar. Puestos a pedir, a mí lo que me gustaría es dar un salto temporal. Sumirme en un sueño profundo y despertar dentro de treinta, cuarenta o cincuenta años, a ver en qué ha quedado esto. Pero eso es hablar por hablar. No queda otra que vivir el día a día, pasito a pasito. Y no negaré que me puede la curiosidad. Y que es esa incertidumbre en la que estamos instalados la que invita a seguir continuar. ¡Hay tantas incógnitas en cada una en páginas en blanco!

Aquí no hay videntes que valgan. Qué sabe nadie con qué nos desayunaremos al día siguiente. A la Academia de la Televisión le ha faltado tiempo para felicitar a todas las cadenas por la cobertura informativa de los atentados del 17-A. El esfuerzo ha sido tremendo. Aunque un aprobado general como el que ha concedido la institución, en caliente, obedece más al cariño que a la reflexión. Habría que analizar minuto a minuto, caso a caso, y encontraríamos de todo. Yo me quedo con María Casado y con la pieza de Carlos del Amor. Lágrimas y unas cuantas palabras. A veces no cabe mucho más. Seguiré viendo el mundo a través de la televisión. Aunque a veces duela tantísimo.