Aspiran a ser chicas de dios, y si no, ya que están con el lío de cámaras y esas cosas, chicas de Dior. O de In- terviú. El friquismo no para. No tiene límites. Quiero ser monja se llama el nuevo «docurreality» de Cuatro, cien por cien caca de Mediaset. Yo cuando oigo estas cosas sólo pienso en cantar como un loco «quiero ser santa, quiero ser beata, quiero ser carbonizada, azotada, flagelada, levitar por las mañanas y en el cuerpo tener llagas».

Se me viene a la cabeza Parálisis Permanente y su tremenda canción de los 80 del siglo pasado, cuando aún había artistas que escribían letras y componían músicas que, por fortuna, todavía no conocían la plaga llamada flamenquito, y no existían ni Pitingo ni Andy y Lucas . Por no existir no existía ni David Bisbal .

Lo de Quiero ser monja es el último delirio que anuncia Cuatro. Que no falte de nada a sus fieles. El amor por Alberto es casi como el amor de Dios, dice una de las aspirantes. Ya está la tensión creada. O carne de macho o potente e irrefrenable llamada del espíritu. Esa es la nuez que han de romper las aspirantes a monja. O el pecado de la calle o la seguridad de los muros del convento.

Dice la cadena que para que las cinco aspirantes, y las cámaras, traspasen los muros del cenobio, cuentan con el permiso del arzobispado de Alicante, Granada, y Madrid, escenarios de esa misa a muerte, como todo espectáculo catódico por la audiencia, entre el mundo, el demonio y la carne.

Estas chicas van a tener más suerte que las adolescentes indias que llegaron a las Mercedarias de Santiago y no han visto la calle hasta que una que consiguió salir denunció la situación. Esta historia sí que tiene un documental. Pero sin chicas Dior.