Se ha dicho mucho, incluso gilipolleces de diverso grosor, sobre el atentado terrorista en Barcelona, ese que ha sembrado de espanto una vez más el corazón de la gente decente. Al instante, casi todas las cadenas interrumpieron lo que hacían y se pusieron a manejar la tragedia provocada por estos bárbaros en nombre de un islam tan podrido que no es, que no puede ser el verdadero.

La conmoción ocupó las primeras horas, y la redacción de los programas con vocación informativa empezó a echar chispas. TVE, una vez más, parecía estar como coja, como despistada, como ajena. Creo, aunque sin confirmar por mi parte, que BBC World News iba delante, muy delante de nuestra tele pública. Vale, olvidemos el asunto.

Al final, como era de esperar, la maquinaria funcionó a tope, y los grandes grupos de comunicación hicieron lo que tenían que hacer, unos con más y otros con menos acierto. Ayer no sólo no bajó el torrente informativo sino que, con más datos que aportar sobre la tragedia provocada por estos asesinos, arreció el caudal. Incluso las reinas matutinas, doña Ana Rosa Quintana y doña Susana Griso, como "simples" reporteras de calle, como leonas hambrientas, dejaron su descanso y se agarraron al micrófono en el lugar de la masacre, en plenas Ramblas.

Vi a Susana, y les aseguro que no, que no iba de dueña del cortijo. Sin embargo, en todo el lío de opiniones, de mesas de redacción y de expertos de aluvión, de conexiones prescindibles, de datos sin contrastar, de alguna tendencia al sensacionalismo y a la cursi sensiblería, a las palabras huecas, quiero destacar las lágrimas con que María Casado cerró el especial de La 1 la noche del jueves. T’estimo, Barcelona, dijo con los ojos húmedos. Y en ellos nos reconocimos.