Somos la leche, escribía hace unos días Pedro Simón refiriéndose a los periodistas en el sentido que algunos empresarios y editores dan a estos profesionales, es decir, algo así como hacer periodismo sin periodistas, paradoja que encaja en un mundo donde prima la comunicación pero cada vez es más irrelevante la información. Se atesoran usuarios, no lectores.

Algo así como los «amigos» de Facebook. O sea, contactos, no compañeros del alma, compañeros. En este ambiente raro encajan tipos como el magnate Juan Luis Cebrián, que fomenta un periodismo sin periodistas en cuanto el periodismo le roza la barba. En este ambiente de podredumbre y éticas demediadas, de integridades laxas, se viven bochornos a este lado de la pantalla que al otro lado, en el plató, sólo son motivo de risa, comentarios de amigotes de farra, y minutos de televisión -pública- vergonzosa.

Sucedió el viernes pasado, durante la emisión de La noche en 24 horas, una desganada cita con una tertulia abotagada, sin vida, que presenta Sergio Martín, el señor que habla dejándose por el camino un puñado de sílabas, haciendo muy difícil entenderlo. Como la cosa más normal del mundo -a ese grado de impudicia se ha llegado- se quejó de que a «las estrellas rutilantes de la televisión que me acompañan» no les llegara invitación para ver el Mutua Madrid Open -donde juega Rafa Nadal-.

Yo me dejo invitar, decía el devorador de sílabas, con elegancia, pero lo paso mal por vosotros, ¿cómo os pueden ningunear de esa manera? Lo dicho, nos dejamos invitar al partido o a comer, concluyó el periodista. En la mesa, Alfonso Rojo, vaca que muge y hasta te revuelve las tripas, pidió a Villar Mir invitaciones para todos. Lo dicho, esta gente es la leche.