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Análisis

Tres años de Barcala, una pandemia y las deudas de siempre

La llegada del popular a la Alcaldía en abril de 2018 no ha supuesto un avance notable para la ciudad: los grandes problemas siguen esperando

El alcalde, Luis Barcala, en una imagen reciente. Álex Domínguez

El 19 de abril no es un día cualquiera en la vida de Luis Barcala. Hace ahora tres años, el dirigente popular se convertía en alcalde de Alicante. Tomaba así el relevo del socialista Gabriel Echávarri, que había dimitido oficialmente una semana antes a raíz de sus problemas judiciales por el fraccionamiento de contratos y el despido de una trabajadora interina municipal, que a su vez era la cuñada de Barcala.

Su llegada al poder no estaba en las agendas, y menos aún dos años y medio antes, tras la debacle de un PP que perdía el control de Alicante después de dos décadas al frente de la Alcaldía. De hecho, esa aparición de Barcala en los cielos estuvo rodeada de una incertidumbre máxima hasta el último instante, hasta que se conoció el voto de la tránsfuga Nerea Belmonte [ex de Guanyar, la marca blanca de EU e instrumental de Podemos en ese mandato], que con su controvertida abstención puso la vara de mando en manos de Barcala. El popular la revalidó un año después en unas elecciones municipales en las que partía con una asumida desventaja frente al PSOE, que le sirvió la victoria en bandeja. Las jornadas previas a ese 19 de abril de 2018 fueron de todo menos tranquilas, ya que a la socialista Eva Montesinos le faltaba solo un voto para su objetivo: seguir en el cargo que desempeñaba en funciones. Sin embargo, las negociaciones no llegaron al puerto correcto para que el poder siguiera en el bando progresista. Ni tres años les duró.

Barcala se quedó a los mandos del Ayuntamiento, y en solitario, con siete compañeros (de un Pleno de 29 miembros), porque Ciudadanos rechazó entrar en el gobierno. Faltaba un año para las elecciones y los naranja -que en la investidura anterior apoyaron a los socialistas- preferían no ligarse en exceso a los populares.

En esas primeras fechas como alcalde, se habló mucho del Plan General de Ordenación Urbana, que data de 1987. También de la deuda que todavía estaba pendiente, arrastrándose desde el anterior gobierno del PP, con Sonia Castedo. Las grandes contratas además formaban parte del discurso político, junto a la peatonalización del Centro y la puesta en valor del frente litoral. Hoy, todos esos déficits históricos (y otros muchos) siguen pendientes, salvo la deuda municipal, que rondaba los 20 millones de euros y que el bipartito (PP y Cs) decidió liquidar el pasado verano, en plena pandemia, cuando se barajaba que el Gobierno central, liderado por Pedro Sánchez, podía quedarse temporalmente con los «ahorros municipales» para ganar liquidez con el fin de hacer frente a la crisis socioeconómica del covid. Porque eso sí, oposición, desde el gobierno municipal, no se ha dejado de hacer.

Tres años han pasado de aquel mediático pleno de investidura, y como es habitual en Alicante poco ha cambiado. Ha habido mejoras, pero los grandes problemas siguen sin resolverse. La inesperada pandemia no ha ayudado, aunque no puede ser señalada como la única responsable de los insuficientes avances en este tiempo. Antes de esa fecha, de ese primer trimestre de 2020, tampoco hubo nada reseñable.

El bipartito liderado por Barcala ha sido incapaz de sacar en tiempo y forma las dos principales contratas, lo que no hará más que provocar la versión más estricta de un interventor mirado con recelo desde el poder. Se trata de la limpieza viaria, que finaliza en agosto, y la del transporte urbano, cuya última prórroga vence en apenas tres meses. Ambas, con distintos mecanismos, se tendrán que mantener vigentes por un plazo aún indeterminado al tratarse de servicios esenciales. En cambio, se ha mejorado, y parece una percepción generalizada, las zonas verdes con la nueva adjudicataria, que entró en vigor en enero, aunque todavía no está todo hecho. También se ha lavado la cara a algunos espacios públicos, como calles y plazas.

Ahora, tres años después de aquel pleno y tras un complicadísimo año por la pandemia, la luz empieza a verse al final del túnel. En lo sanitario, por la vacuna; y en lo económico, por los comprometidos fondos europeos a los que se pretenden fiar proyectos para transformar la ciudad. Sin embargo, al margen de ese dinero que aún no tiene fecha clara de llegada, el bipartito dispondrá en este Presupuesto (entre lo ya registrado y lo que se incluirá tras la liquidación de las pasadas cuentas) de unos 65 millones para inversiones. No es poco, no. Aunque, una vez dispuesto el crédito, hace falta sacarlo adelante para convertirlo en realidades. En 2019, el gobierno de Barcala apenas ejecutó el 13% de las inversiones, todo un récord negativo.

En su propósito de gestión municipal, no parece que Barcala vaya a tener excesiva oposición interna (Ciudadanos, en su mayoría, está a otras cosas) ni externa (el principal partido de la oposición -por número- sigue buscando a su desubicado portavoz). Tampoco da la impresión que esos equilibrios vayan a cambiar antes de tiempo, pese a que las mociones de censura se han convertido en ingrediente de las salsas políticas: aquí ni hay candidato ni relato que defender. Aunque, como sabe Barcala, en política todo puede pasar.

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