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Debate sobre el estado de la ciudad

Barcala: Un alcalde solo

De los ocho ediles del PP que acompañan a Barcala en el grupo municipal solo acudieron presencialmente dos. Una hora después de iniciada la sesión, el primer edil se quedaba en una incómoda soledad

Sillones vacíos en la primera y segunda fila que estaban reservadospara los ediles del PP. | ALEX DOMÍNGUEZ

Barcala tiene un problema. En el pleno del Debate sobre el Estado de la Ciudad le ningunearon: la oposición y los suyos del equipo de gobierno; esto último, sin duda, lo más doloroso. Como es inteligente, se dio cuenta. Como tiene orgullo, le dio un arrebato de tristeza. En un debate sobre el Estado de la Ciudad el protagonismo, para bien o para mal, recae principalmente en el alcalde, salvo que algún portavoz de la oposición brille con luz propia. Barcala no fue ayer protagonista. No le escucharon, le ignoraron, fueron indiferentes a todo lo que planteó, porque, entre otras cosas, nada nuevo dijo que no hubiera repetido hasta la saciedad con anterioridad. «Es obvio que a mi intervención no le han prestado atención, lo cual es triste», se lamentó el primer edil alicantino del PP cuando comprobó que ninguno de sus oponentes políticos había hecho referencia alguna a su discurso de apertura. El dolor, cuando es profundo, te lleva al paroxismo de la verdad, aunque no lo pretendas: «Todos venimos con el discurso hecho y construido. No valoramos el debate y lo devaluamos», confesó Luis Barcala definiendo certeramente las tres horas y un cuarto de un debate sobre la ciudad que ni en uno solo de sus segundos mereció el digno apelativo de debate.

Lo que ocurrió entre las tres paredes del Salón de Plenos de Alicante fue un trampantojo, sin más aspiraciones. Vimos lo que se pretendía que viéramos, porque era lo que parecía: monólogos independientes entre sí e insustanciales, previsibles, poco constructivos, nada interesantes, escasamente sinceros y, en ocasiones, ingenuos hasta caer en el ridículo. Intolerable teniendo en cuenta que se trataba del primer pleno sobre el Estado de la Ciudad en la nueva normalidad. Los alicantinos también pagaron a sus señorías con la indiferencia. No hubo público, solo asesores y medios de comunicación. No apareció ni José María Hernández Mata, líder vecinal y hasta ahora una presencia segura en este tipo de eventos.

Lo que ocurrió entre las tres paredes del Salón de Plenos fue un trampantojo, sin más aspiraciones

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La nueva normalidad, de momento, no alcanza al Ayuntamiento de Alicante. No estuvieron la totalidad de los 29 concejales de manera presencial a la hora de abordar el presente y futuro de la ciudad. Sorprende que sus señorías se avengan a estar codo con codo con un extraño en una sesión de cine o en una terraza del calle Mayor y no quieran sentarse en los escaños municipales junto a un correligionario de su propio partido. Cosas inexplicables de la política municipal.

La sesión comenzó puntual, a las diez de la mañana. In corpore estaban el alcalde, Luis Barcala, y dos ediles del PP (de los nueve totales); Francesc Sanguino y cuatro concejales del PSOE (de los nueve que son); María Carmen Sánchez y dos regidores de Ciudadanos (del total de cinco); Xavier López de Unidas Podemos (son dos); Natxo Bellido de Compromís (son dos) y Mario Ortolá de Vox (también son dos). Catorce. El resto, 15, presuntamente seguían el pleno de forma telemática desde donde quiera que estuvieran.

A simple vista ya quedaba claro que Barcala estaba en desventaja. De los ocho ediles del PP que le acompañan en el grupo municipal solo estaban la portavoz, María Carmen de España, y el concejal y presidente de la Diputación, Carlos Mazón. Se había decidido que fueran cinco, como el PSOE, pero solo fueron dos. Mazón, por cierto, abandonaba la sesión a los treinta minutos de iniciada, una vez Barcala concluyó su exposición en la que no olvidó agradecer a Mazón, su jefe político en la Comunidad, su excelente trabajo y apoyo. Una gratitud en la que las lenguas viperinas vieron interés en lograr el máximo apoyo en Alicante frente a ese torbellino en forma de ave fénix que se le cierne encima en las próximas semanas con nombre y apellido: Sonia Castedo. «La reina», como la definió Xavier López (Unidas Podemos), quien sabedor de que al alcalde le molesta, y mucho, este asunto en particular decidió meterle el dedo en el ojo, políticamente. «A usted no le invitan ni a las fiestas del PP verdadero», en referencia a la cena con 400 personas que hay organizada para el 12 de noviembre, con el objetivo de volver a poner en órbita a la exalcaldesa, una vez ha quedado exonerada judicialmente de todos los cargos que se le imputaban.

Media hora después, a las 11 horas, la también popular De España se levantaba de su escaño y abandonaba la sesión, dejando por espacio de quince minutos en una incómoda e indeseada soledad al alcalde de Alicante y evidenciando el gran número de sillones vacíos que dejaron los ediles populares, quienes con su ausencia incurrieron en una grave falta de respeto en primer lugar hacia su alcalde y en segundo lugar hacia los alicantinos. «Si los plenos duraran mucho y sirvieran para algo», se le oyó decir a Barcala, quien en semejante vericueto concluyó: «Revisen, yo incluido, qué traemos a este pleno».

Si degradante fue presenciar el «debate» sobre la ciudad de este año en el que el alcalde llegó a bajar hasta la recogida de la poda y del cartón en los comercios, lamentable resultó observar la deriva en la que ha entrado el que fuera el Salón de Plenos más impresionante de la provincia de Alicante. De lo que fue solo queda la moqueta. Ha perdido todo su esplendor. El tapiz de brocado dorado de las paredes está en fase de desaparición. En el techo, donde había ménsulas hay unos abominables parches estilo Pepe Gotera y Otilio, faltan de la pared dos gárgolas, hay velas fundidas en las singulares lámparas y dos marcos de madera de pega fingen ser un cuadro para disimular una tela raída a cada lado de la puerta de entrada al espacio donde se supone está el corazón del Ayuntamiento alicantino. Se pierde el respeto a las formas, a los símbolos, al fondo y al contenido y se acaba en comedor de fuego. Isaac Asimov es quien mejor definió el fenómeno, en La Fundación: «Un comedor de fuego ha de comer fuego, aunque tenga que devorarse a sí mismo».

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