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Un lugar para vivir

Si la literatura es un espejo en el que mirarse y reconocerse, esta propuesta del crítico y editor Constantino Bértolo ofrece un recorrido en clave histórico-crítica de la literatura producida durante el siglo XX, a través de una selección de cincuenta y cinco obras de autores españoles, escritas en castellano.

Constantino Bertolo, ¿Quiénes somos?, 55 libros de la literatura española del siglo XX Editorial Periférica.

No abundan en estos tiempos los libros necesarios. La mayoría se humillan ciegamente a las imposiciones del mercado, eso que suelo llamar -con derechos de autor incluidos- la multinacional del asco literario. Se escribe más que se lee. Y el problema se multiplica: ¿lo que leemos es una decisión nuestra o leemos lo que aparece en las listas de éxitos y en los primeros montones de las grandes librerías? Miren ustedes lo que escribió ese portento de escritor que fue Julio Ramón Ribeyro: «Tan prodigioso como escribir es leer». Pero mucha gente -demasiada gente- cree lo contrario. Y se pone a escribir sin haber leído un libro en su vida. Con todo el morro. ¿Raro, verdad? Pero es lo que hay.

La vida es más de verdad si la acribillamos a preguntas. Sin embargo, pensamos que lo mejor son las respuestas. Por eso hacen su negocio millonario los libros de autoayuda. Y muchas novelas cuya ficción se convierte en la «realidad» de quien las lee. Seguro que han escuchado muchas veces lo siguiente: «es que me identifico tanto con el personaje protagonista…». O aquello otro: «es que lo que cuenta es lo que me pasa a mí, es como mi propia vida». Ahí empieza el desastre. La ficción no pertenece a nadie, no se parece a nada, es un territorio tan desconocido como inhóspito donde habitan los marcianos. Por eso se complementa con la historia. Cada una a su manera indagan en las revueltas del tiempo, lo sacuden como a la ropa sucia antes de meterla en el agua jabonosa, lo miran del derecho y del revés hasta que se convierte en algo que, como dice Constantino Bértolo en un libro de los necesarios, formalicen algo así como «una experiencia compartida». El libro al que me refiero es ¿Quiénes somos? 55 libros de la literatura española del siglo XX. Necesario, digo. Y no les miento.

Nos interesa el autor en esa experiencia compartida. Hasta hace poco una y otra -historia y literatura- se ignoraban, cuando no se declaraban enemigas a muerte. Ahora ya no. Ahora sólo quienes se encierran en las torres tenebrosas de Jane Eyre o La máscara de hierro pueden defender esa simpleza. Una vez constatada esa complicidad, entramos en lo que el libro nos propone: un juego a muchas bandas, tantas como nos sugieren esos 55 títulos y quienes los escribieron desde los principios a los finales del siglo XX. Empieza con Azorín y acaba con Julián Rodríguez, el propio editor de Periférica, que le hizo a Bértolo el precioso encargo de escribir este libro. Y es ahí, en la respuesta a la proposición del editor (fallecido poco después de la propuesta), donde Constantino Bértolo hace su declaración de intenciones, a partir de lo que había escrito Jeanette Winterson: «La literatura no es un lugar donde esconderse, es un lugar donde encontrar». Y añade el autor, ya por su cuenta: «Una conversación, por tanto, entre narraciones vivas que se desarrollan en un orden cronológico, aunque no lineal porque cada una tiene su propia dinámica, su propia memoria y sus propios procedimientos, medios de evaluación, legitimación y homologación». Se trataría, para aclarar aún más cualquier duda, de una conversación que «en algunos casos puede dar paso al consenso o al acuerdo, y, en otros, al cuestionamiento, a la discordia o el rechazo». Ahí lo principal que nunca soslayó el autor, ni cuando ejerció de editor ni como el excelente y riguroso crítico literario que siempre ha sido: la buena escritura se aboca y nos aboca al abismo, nos mete de frente en el conflicto, nos escuece como si tuviésemos en contra las cartas de la bruja. Nos ofrece en este libro la literatura que «cuestiona lo dado, lo aceptado, lo que se asume como verdadero». Me hace feliz encontrar en ese ofrecimiento lo que escribía Valle Inclán en el prefacio a sus Sonatas: «Yo confieso mi amor de otro tiempo por esta literatura».

Hay mucho donde escoger entre tantos libros, en esta «narración de narraciones», como llama al suyo el autor. Nada sobra. Y quien crea que falta algo, que lo añada por su cuenta. Seguro que se escucharán algunas voces -o muchas- que clamarán a los cielos del Canon (¡ay, señor, el Canon!) criticando la ausencia de algunos nombres de relumbrón en las luminarias del mercado literario. Vuelvo a Vallé Inclán: hay idolatrías que «pueden provocar la cólera divina», y tal vez por eso «el Señor derribó a los ídolos y maldijo a los sacerdotes secándoles el seso y alargándoles las orejas, como a Nabucodonosor». No son, las ciento noventa páginas del libro, un «contracanon» (lo aclara el propio autor). Son una selección de escrituras que no desprecia la crítica en algunas ocasiones, que se deja caer sin red en bastantes afinidades y bien que personalmente se lo agradezco, que muestra, como cuando habla de la narrativa (que yo desconocía) de Joaquín Arderíus, «una fuerte insurrección». Insurrección, sí, frente a lo que aparece obscenamente, en todas partes, como modelo de la gran literatura y sólo es un producto liviano que nos cuelan quienes mandan en las grandes editoriales: los departamentos comerciales, los del marketing. No encontrarán ustedes aquí la habitual lista de novedades que se estilan por navidad o en los veranos. Para nada es eso este libro que habría de estar en el lugar más visible de las librerías, que despierta lo mejor que podemos encontrar cuando lo tenemos en las manos por primera vez: curiosidad. Algunos de los nombres que aparecen en sus páginas me son desconocidos. La reacción lógica: ya he empezado su búsqueda.

La literatura y la historia van de la mano para que si existe la verdad de los hechos se nos escape lo menos posible. En sus junturas, también en sus descosidos, tal vez encontremos la respuesta a la pregunta que nos interroga desde la misma cubierta. Somos los libros que leemos, hemos escuchado muchas veces. Me gusta más decir y escribir que somos los libros que leímos. Y en este libro monumental de Constantino Bértolo están muchos de los que me ayudaron a amar la literatura por encima de muchas otras cosas. También hay mucha gente que sigue buscando, incansablemente, un sitio donde vivir sin que la vergüenza se la coma. Pues miren cómo acaba el capítulo dedicado a Antonio Machado: «La literatura: un buen lugar para permanecer algún tiempo». ¿Qué les parece la invitación? Pues ya tardan en alquilar una parcela. Eso sí, a un precio que no sea un atraco a mano armada, como algunos quieren.

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