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Racismo eterno

Racismo eterno

Cada país tiene sus premios. Estados Unidos, los prestigiosos Putlizer con más de 100 años de antigüedad, organizados por la Universidad de Columbia en Nueva York. (Nada que ver con los galácticos de acá). Además de las categorías periodísticas, existe la de mejor obra de ficción de autoría estadounidense que aborde algún aspecto de la vida del país. Casi todos los grandes novelistas norteamericanos ganaron un Pulitzer, pero pocos lo ganaron dos veces y más en años tan cercanos como Colson Whitehead, en 2017 y en 2020, con Los chicos de la Nickel. Esa ha sido la razón principal por la que la he leído (un Pulitzer nunca defrauda), y también porque me gusta conocer y comprender otras sociedades a través de los ojos de sus novelistas. 

El tema de la novela es el racismo en la sociedad norteamericana mediante la historia de dos muchachos negros de Florida que, por diferentes cuestiones, entran en un reformatorio: la Nickel. Pertenece, por tanto, a la vertiente cultural estadounidense denunciante del racismo. En este caso el sufrido en los años 60 del siglo pasado hasta hoy. Y ahí está el arte: una historia muy parecida a otras muchas que, seguro que conocemos, pero contada como solo un profesional/artista de la narración puede hacer. 

Es una novela de menos de 220 páginas, distribuidas en un prólogo, tres partes con un total de 16 capítulos, y un epílogo. Planificación efectiva al servicio de la narración fragmentada y de una literariedad o extrañeza siempre amortiguada. Tras situarnos en el presente con lo descubierto en el cementerio de la Nickel en el prólogo, nos relata, en la primera parte, la vida de Elwood, un muchacho de 12 años, en Tallahassee (Florida), en los sesenta, con el trasfondo de las protestas de los negros por el racismo. En la segunda asistimos al ingreso y a su vida en la Nickel (ningún respeto a la condición vital de los negros) y a su amistad con Turner, su antagonista y complementario (siempre es productiva en la novela la perspectiva vital ante una situación mediante dos compañeros a lo largo de la historia de la literatura); en la tercera parte se mezcla el presente en Nueva York y en Florida con los últimos tiempos de los muchachos en la Nickel, en donde lo fragmentario aboca al lector a realidades esperadas, pero no por ello pasmosas. Y se termina con un epílogo que no defrauda en absoluto a los lectores y que es el guiño dramático para empatizar y sorprender al lector.

Durante la última década, y muchos cursos intensivos, fui profesor de «Español para extranjeros» en programas de enseñanza, cuyos destinatarios eran estudiantes universitarios norteamericanos. Con ellos aprendí mucho de cómo era el sentir de la juventud que ellos representaban y, consecuentemente, de cómo interpretaban su concepto del mundo. En esas clases siempre surgía el tema del racismo y, aunque, por supuesto, nadie se identificaba como tal, prácticamente todos reconocían la existencia de dos sociedades paralelas en función de la raza en cualquier nivel social o cultural. Pienso que, en cierta medida, era y es explicable (que no defendible), pues una sociedad como la estadounidense que se ha edificado sobre la desaparición de las tribus originarias, sobre la esclavitud y sobre la prevalencia de la competitividad y de la individualidad, tiene que presentar vestigios racistas en algunos de sus miembros, cuando no racismo puro en otros. Esa es la situación que se plasma en la novela, ya que el autor no avista un futuro diferente en su país, idea que se plasma con su estilo narrativo, ya que rasgos como su estructura, la condensación de datos, las elipsis, el fragmentarismo, el antisentimentalismo y una crudeza no explotada, consigan una prosa cincelada, robusta e impactante. Coherencia perfecta.

Y ¿Por qué deberíais de leer esta novela? Porque con ella disfrutaréis de una narración magnífica y particular, centrada en unos hechos objetivos y descarnados por su simpleza expositiva, que van construyendo el argumento y a los personajes ante la mirada también distanciada del lector. Algo diferente y estupendo. Y, claro, de ahí su segundo Pulitzer.

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