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Probablemente no existe ahora mismo mayor preocupación en el mundo que la posibilidad de que las nuevas mutaciones puedan convertir al SARS-CoV-2 en un virus resistente a las vacunas. Porque daría al traste con nuestras esperanzas de librarnos lo antes posible del infierno de mascarillas, alejamientos y ausencia de contactos.

Por eso los científicos están centrados en la búsqueda de respuestas inmunes que puedan protegernos contra el virus. Y la mayor esperanza de los investigadores se centra ahora en los ‘Linfocitos T’.

Los linfocitos T son células que circulan en la sangre y forman parte del sistema inmunológico. Su función es atacar directamente a los invasores extraños para destruir las células infectadas. Y en estos momentos hay esperanzas fundadas de que podrían proporcionar inmunidad frente a la COVID-19 incluso cuando los anticuerpos parezcan volverse menos efectivos para combatir la enfermedad.

Algo que, como ha manifestado la analista de biotecnología, Daina Graybosch, tiene todo el sentido biológicamente hablando: “sabemos que los anticuerpos probablemente sean menos efectivos, pero confiamos en que las células T puedan salvarnos. No tenemos los datos, pero podemos tener la esperanza”.

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‘Células T’ asesinas o colaboradoras

Hasta ahora el desarrollo de las vacunas contra el coronavirus se ha centrado sobre todo en la creación de anticuerpos. Y tiene todo el sentido, porque ellos son la clave para conseguir la ‘inmunidad esterilizante’, es decir, que a la vez que impiden que suframos la enfermedad en su versión más grave, también eviten la infección.

Es lo que la ciencia considera el nivel máximo de la protección. Lo ideal. Pero desgraciadamente, para alcanzarlo se requiere una cantidad de anticuerpos que no siempre se puede lograr.

Si ‘bajamos’ de ese nivel ideal descubriremos que, junto a los anticuerpos, el sistema inmunológico produce un batallón de linfocitos T que pueden atacar a los virus y hacer un trabajo decisivo.

Dentro de esos linfocitos encontramos dos tipos:

– Lo que en inglés se conoce como células ‘T killer’, es decir, células «asesinas» que buscan y destruyen las células infectadas.

– Y las células ‘T colaboradoras’, que entre otras cosas estimulan la producción de anticuerpos y de células T asesinas.

La gran diferencia sobre los anticuerpos es que los ‘linfocitos T’ no previenen la infección, ya que sólo entran en acción y se multiplican cuando detectan el virus en nuestro cuerpo.

Estamos hablando, por lo tanto, de un elemento de defensa que arranca cuando ya tenemos el virus dentro, pero cuya labor puede ser la diferencia entre una infección leve o una enfermedad grave.

Incluso podrían hacer un trabajo mejor. Porque como dice Annika Karlsson, inmunóloga del Instituto Karolinska en Estocolmo, “si son capaces de matar las células infectadas por el virus antes de que se propaguen desde el tracto respiratorio superior, podrían reducir la transmisión. Porque a menos cantidad de virus, menos carga vírica hacia los demás y menores posibilidades de contagios”.

¿Qué ocurre con las nuevas cepas que van surgiendo?

Los estudios de los inmunólogos Alessandro Sette y Daniela Weiskopf, del Instituto de Inmunología de La Jolla, en California, están observando un dato muy esperanzador:

– Las células T que generan quienes han pasado el SARS-CoV-2 se dirigen al menos a 15 o 20 fragmentos diferentes de proteínas del coronavirus. Y no son siempre los mismos. Varían mucho de una persona a otra. Lo que, de confirmarse, significaría que una población estaría generando una gran variedad de células T para luchar contra el virus.

Tantas que “eso hace que sea muy difícil que las mutaciones puedan escapar del reconocimiento celular, lo que no ocurriría con los anticuerpos”.

¿Eso quiere decir que los linfocitos T serían eficaces contra las nuevas variantes?

Pues eso parece, vistos los primeros resultados obtenidos en laboratorio con la variante sudafricana (B.1.351) que se está mostrando parcialmente resistente a los anticuerpos producidos contra la cepa original del SARS-CoV-2.

Según un artículo todavía no revisado por pares, los investigadores han observado que las respuestas de los ‘linfocitos T killer’ generados por una vacunación o una infección previa no se dirigen a las regiones que fueron mutadas. Hasta el punto de que Alessandro Sette considera poco probable que la gran mayoría de las respuestas de las células T se vean afectadas por las mutaciones.

Sería una fantástica noticia, sobre todo después de ver cómo se reduce la efectividad de al menos tres vacunas (Novovax, Johnson & Johnson y AstraZeneca) ante la variante sudafricana.