Pierde en ocasiones el control de los personajes al llevar al límite situaciones que rompen la credibilidad de las mismas y que desprenden un exagerado tono pastel, aunque hay que decir, por fortuna, que no llega a perder toda su capacidad de convicción. De ahí que a pesar de estar destinada de forma prioritaria al público adolescente y de resultar, en efecto, un tanto empalagosa, no llegue a perder todas sus virtudes.

En este sentido hay que destacar el aceptable trabajo de los dos protagonistas, Haley Lu Richardson y Cole Sprouse, que logran salir airosos en su labor en escenarios que resultan delicados y hasta peligrosos.

Otro factor a tener muy en cuenta es el de que la cinta es la ópera prima como realizador del hasta ahora actor Justín Baldoni, que demuestra tener un sentido del tacto que no hay que despreciar y que le permitirá, con toda probabilidad, repetir la experiencia de situarse detrás de la cámara. Con su loable oficio y su dirección de actores revela dotes que sin ser brillantes sí se muestran estables. Lo más gratificante de la película, con todo, es la apología que efectúa del amor en su sentido físico.

Esta es la historia de dos adolescentes, Stella y Will, ingresados en un hospital norteamericano víctimas de una dolencia incurable, la denominada fibrosis quística, que además de reducir su vida de forma considerable, les impide aprovechar solo prácticamente la mitad de las funciones vitales de los pulmones. No sólo eso, la enfermedad priva a los que la han contraído acercarse a menos de dos metros de las personas, incluidas las sanas, para evitar el contagio. Una circunstancia que pesa sobre ellos de una forma terrible, ya que niega el derecho a expresar sus sentimientos mediante abrazos y muestras de cariño que brotan de forma espontánea de lo más hondo de su corazón. Hay al respecto momentos con cierta emotividad, si bien la tendencia a llevar más lejos esta realidad, y a buscar la lágrima fácil del auditorio joven, quiebran parte de esa armonía.