Encaja en el apartado de las sorpresas, fruto sobre todo de la insólita combinación que se hace del cine de terror más o menos clásico y con ingredientes de la serie B y del de superhéroes. Es un cóctel casi explosivo que invita a colocar en la agenda de futuro a un cineasta como David Yarovesky, autor de un único largometraje, The Hive, que realizó en 2014.

Lo más sorprendente es que la película modificó su estatus cuando ya se encontraba en un avanzado estado de rodaje y fue por iniciativa de los guionistas y productores Brian y Mark Gunn, que estaban convencidos de que la cinta ofrecía unas dosis de originalidad notorias y una realización más que correcta en su segunda mitad. Aun así, su presupuesto fue bastante reducido, siete millones de dólares, tratándose de una producción norteamericana.

El hijo, en efecto, plantea no siempre con la misma efectividad pero con detalles creativos, una hipótesis que podría calificarse de insólita, que el director ha logrado orquestar con recursos inusuales. Se trataba en términos cotidianos de responder a la pregunta de qué sucedería si un niño de otro mundo aterrizara con una nave espacial en la tierra y en lugar de surgir el superhéroe de turno apareciese un tipo siniestro y de una enorme crueldad. Pues esa es la teoría que hace valer el realizador Yarovesky, reflejando el proceso de deterioro mental de Brandon, un adolescente que se ha criado con unos padres adoptivos que lo quieren con pasión porque lo encontraron en el bosque cuando ya creían que no tendrían descendencia. Es más, se sienten especialmente orgullosos del alto coeficiente de inteligencia del muchacho. Lo que parecía, sin embargo, una familia ideal comienza a mostrar síntomas inquietantes cuando Brandon, de forma imprevista, saca a la luz un comportamiento criminal.