No ofrece los estímulos y las virtudes del más brillante cine japonés de animación, entre otros el que ha firmado Hayao Miyazaki, pero sus méritos dentro del género son indiscutibles y también los elogios del público y de la prensa. De ahí que en esta reciente muestra del director Hiromasa Yonebayashi, responsable de dos largometrajes magníficos como Arrietty y El recuerdo de Marnie, se haga ostensible su influencia en el seno de la cinematografía nipona.

Lo único que podría discutirse de ‘Mary y la Flor de la bruja’, si es el caso y se pretende hilar muy fino, es su tendencia a una cierta reiteración que puede provocar a veces un cierto cansancio en su cine. Pero en todo caso estaríamos ante un pecado venial de un cineasta que solo ha realizado tres películas y que está en sus comienzos. El director ha trabajado en una novela de Mary Stewart que le ha permitido valerse de una estética radiante que alcanza instantes de considerable belleza. Lo llamativo es que lo hace trabajando sobre el dibujo animado tradicional, el de siempre, sin el respaldo de trucos, efectos visuales o las nuevas tecnologías virtuales.

En este sentido hay que darle el valor que merece el uso de unos colores que aportan una dimensión estética extraordinaria. Nadie puede discutir al realizador su fértil y encomiable experiencia de casi 20 años en los estudios cinematográficos Ghibli, una auténtica perla del cine japonés. Con el recurso de un personaje único y con indudable encanto, seguimos los pasos de Mary, una muchacha que tiene una cosa en común con Harry Potter, se dirige a una escuela de Magia, en este caso la de Endor College, en la que las cosas no son lo que parecen, ya que la magia del siglo XX ha desaparecido.

A pesar de ello demostrará ante la directora, Madame Mumble Chook, sus poderes mágicos. Pero el detonante de lo que le espera se produce cuando pasando el verano con su tía abuela sigue hasta el bosque a dos gatos, que le ponen en contacto con una raras y hermosas flores.