Calificación: * | Título original: Le Lion. | País: Francia y Bélgica | Año: 2019. | Director: Ludovic Colbeau Justin. | Guion: Alexandre Coquelle y Matthieu Le Lanour. | Fotografía: Thomas Lerebour. | Música: Erwann Kernorvant. | Intérpretes: Danny Boon, Philippe Caterine, Anne Serra, Samuel Jouy, Sophie Veerbeck. | Duración: 95 minutos.

No llega a ser el disparate que se pretendía, que es lo menos malo que le podía suceder, y todo se queda en una cosa grotesca y en ocasiones frenética que solo se entiende en función de que su protagonista, Danny Boon, nacido en el norte de Francia y popular en el país vecino, sobre todo por Bienvenidos al Norte, tiene una estimable capacidad de convocatoria en taquilla. Pero hay que ser de sonrisa muy fácil y sin exigencia alguna para desatar el humor si se pensaba que un espectáculo como éste puede resultar divertido.

Segundo largometraje del director Colbeau Ludovic Justin, del que no vimos en España su opera prima, desprende el sabor del cine de espías de los tiempos de James Bond, aunque carece de resortes efectivos a la hora de abrir las puertas a un guion pasado de rosca y que invita más de lo deseado al aburrimiento.

Apoyado sobre un argumento carente de alicientes, aspira sin conseguirlo consolidar un subproducto de espías protagonizado por un psicólogo; Romain, y su paciente; Lion. Este último está desolado porque asegura ser un espía que ha descubierto poco menos que un complot. Resulta que quiere llamar la atención de su médico y no se le ocurre nada más que insistirle en que su novia va a ser secuestrada. Romain no le da crédito alguno hasta que, en efecto, desaparece sin dejar rastro. Ya no hay duda y la pareja inicia una misión, en efecto de locos, pero cuya locura no deja de ser una sucesión de torpezas, diálogos sin chispa y payasadas de casi nula efectividad.

En fin, que soportar una película como ésta tiene un componente inequívoco de masoquismo que no conduce más que a la frustración y las pruebas se hacen evidentes ya desde las primeras secuencias de la persecución en París, que sitúan al espectador en una tesitura flagrante y no precisamente por su imaginación para generar diversión. Tampoco el desvaído factor romántico, forzado y sin encanto, se salva del naufragio.