Javier Giner creció en el Barakaldo de los años 80 en plena epidemia de heroína. En aquel momento se identificaba perfectamente a los yonquis, él mismo los recuerda como zombis que habían perdido la identidad y se movían arrastrándose con pesar, como almas en pena. Hoy en día, los adictos podemos ser cualquiera de nosotros, aunque no haya signos tan visibles de cara a la galería. Vivimos en una sociedad fagocitadora y llena de máscaras en la que cada uno guarda en secreto sus miserias. Podemos ser compradores compulsivos, atiborrarnos a azúcar, engancharnos al sexo, a las redes sociales o consumir estupefacientes. La mayor parte de las veces se producen síntomas de alarma porque la adicción se apodera de todas las parcelas de la vida, aunque solo en algunos casos se toca realmente fondo. 

Javier Giner (que además de escritor es guionista, director, jefe de prensa, representante y un sinfín de cosas más) sintió que había llegado a un límite cuando su madre fue a recogerlo a un hostal donde se encontraba con varios prostitutos a los que le debía el dinero de los servicios y la droga. En primera persona, el escritor se atreve a contar uno de los episodios más oscuros de su vida para evidenciar que nos encontramos en el territorio de la honestidad más brutal y sobrecogedora. El resultado de esta especie de exorcismo personal en clave de no-ficción profundamente literaria es ‘Yo, adicto’ (Paidós), un relato en torno a la dependencia y a la reconciliación con uno mismo después de haber experimentado el dolor tras un proceso de desintoxicación y haber conseguido salir de él. 

"Siempre que se habla de la adicción se hace a través de términos negativos, desde la ignorancia o la frivolidad"

“Siempre que se habla de la adicción se hace a través de términos negativos. Estamos sepultados por una especie de opinión biempensante en la que se tratan muchos asuntos desde la ignorancia o la frivolidad, lo que conduce finalmente a la estigmatización. Hay muchos temas como la misoginia, la violencia de género, la homofobia, la transfobia, el racismo, que necesitan una solución urgente si queremos seguir avanzando como sociedad”, cuenta Javier Giner a EL PERIÓDICO

‘Yo, adicto’ se inserta en la nómina de piezas tan desgarradoras como ‘Instumental’, de James Rhodes, ‘El consentimiento’, de Vanessa Springora o ‘Historia de la violencia’, de Édouard Louis, cada una en su estilo, aunque el autor también se identifica con Delphine DeVigan, A. M. Homes o David Sedaris. En ella hay una valentía casi kamikaze a la hora de explorar las grietas de una identidad hecha añicos en la que el sentimiento de culpa cristiano ocupa un lugar predominante y en la que la familia, la educación y la represión de su homosexualidad han ido trazando una hoja de ruta para ir definiendo su trayecto vital. 

"No se trata solo de un vicio, sino de enfermedad que requiere un tratamiento muy largo y doloroso"

A lo largo de sus páginas, en la que se integran parte de los diarios escritos durante el proceso, y que están repletas de humor negro, el autor nos adentra en sus fantasmas y nos enseña toda una realidad que en su mayor parte siempre ha sido silenciada: el día a día en una clínica de desintoxicación, las incertidumbres que atenazan a los internos, sus miedos a incorporarse a la sociedad, su fragilidad y humanidad. Y gracias a todo eso se van derrumbando toda una serie de barreras, al mismo tiempo que se otorga voz a los que nunca la han tenido a través de un abrazo de respeto y solidaridad tan convulso como tierno. 

“De lo que no se habla, no se sabe y mucho menos se entiende. Así que se convierte en algo vergonzoso, porque hay silencio y ocultación a su alrededor. Por eso para mí era importante transmitir lo que supone este viaje. No se trata solo de un vicio, sino de enfermedad que requiere un tratamiento muy largo y doloroso”. 

“El confinamiento ha sido como estar en una clínica de desintoxicación, enfrentado a ti mismo"

Javier Giner piensa que la raíz de todos los problemas se encuentra en la gestión emocional. Nadie nos enseña a manejar cómo nos sentimos y tener realmente conciencia de qué nos está pasando. “Al igual que nos hacemos chequeos médicos también tendríamos que pensar en nuestra salud mental, porque no solamente somos un cuerpo”. La pandemia ha puesto de manifiesto muchos de los males crónicos de nuestra sociedad, como la soledad, y esta situación de incertidumbre y miedo ha causado innumerables trastornos. “El confinamiento en muchos sentidos ha sido como estar en una clínica de desintoxicación. No hay prácticamente estímulos, ni relaciones externas, así que no tienes más remedio que enfrentarte a ti mismo. Y ahí es cuando sale el Kraken”. 

"Aprendiz psicótico de Jean Genet"

En un momento del libro, Javier Giner se define a sí mismo como ‘un aprendiz psicótico de Jean Genet’. Y es que el romanticismo de la autodestrucción continúa siendo un arma de atracción poderosa. “El discurso en los 60 y 70 alrededor de las drogas y el rock simbolizaba la libertad. Yo he tenido que reaprender a relacionarme con todo eso. Me sigue flipando Lou Reed o David Bowie, pero ya no me confundo con ellos, aunque me identifique con su malditismo”.  

¿Y cómo ve el mundo de la noche un abstemio desde hace12 años? “Yo la vivo con mi radar yonqui integrado, porque ya no me lo puedo sacar de encima, y creo que la adicción está muy normalizada. Tenemos una capacidad infinita de mirar hacia otro lado cuando hay problemas”.