Podría haber sido en cualquier año pero tuvo que ser en 1891; por probabilidad debería haberlo inventado un estadounidense pero lo hizo un profesor universitario canadiense; el motivo podía haber sido cualquiera pero, como sucede en tantas ocasiones, en este caso fue la casualidad y el frío y lluvioso invierno de Massachusetts. Y es que, ante la imposibilidad de ejercitarse al aire libre, a James Naismith se le ocurrió que sus dieciocho alumnos de educación física jugasen en el interior del gimnasio a “algo nuevo y divertido”. Su intención era que practicaran un antiguo juego de su infancia, el “duck on a rock”, que consistía en intentar tirar un objeto situado a una considerable altura lanzándole una piedra. Para ello, Naismith pidió varias cajas al conserje de la universidad pero este solo le pudo conseguir un par de cestos de melocotones, con lo que al canadiense le tocaba improvisar y, sin saberlo, hacer historia: mandó colocar los cestos vacíos en unas barandillas que se encontraban a 3,05 metros del suelo (hoy en día la canasta sigue situada a dicha altura), formó dos equipos de nueve jugadores e introdujo algunas sencillas reglas, como la de botar cuando se está en posesión de la pelota. Sepultada su idea inicial del “duck on a rock”, dos “canastas” -una en cada extremo de la cancha- y un balón de “soccer” esperaba a los dieciocho jóvenes. El primer partido de la historia estaba servido. El resultado del mismo fue de una canasta a cero (anotó William Chase desde larga distancia). Pero eso no tenía apenas importancia. Casi sin querer, acababa de nacer el baloncesto en un humilde gimnasio de lo que hoy es la universidad de Springfield. Bendita serendipia.

James Naismith

UN BÚLGARO, EL PRIMERO

Phoenix (Arizona), 6 de noviembre de 1986. Se enfrentan los Suns de Walter Davis y los Atlanta Hawks del legendario Dominique Wilkins. En el cuadro local debuta Georgi Glouchkov, convirtiéndose así en el primer jugador no formado en el baloncesto norteamericano que pisa una cancha de la NBA. Que anotara siete puntos y capturase cuatro rebotes en los apenas once minutos que jugó es meramente anecdótico. Que nunca se llegara a adaptar y que solo militara ese año en la mejor liga del mundo, también. El Telón de Acero había dejado ver su primer resquicio y, casi un siglo después de la primera canasta de Chase, Europa y el resto del mundo empezaban a existir para el basket USA. El (tímido) paso inicial para que el baloncesto se convirtiera en un deporte global se había dado. El camino estaba expedito...

Tras el ala-pívot búlgaro llegaron, poco tiempo después, jugadores como Fernando Martín (primer español en la liga), Zarko Paspalj o Aleksandr Volkov. Todos ellos superestrellas en Europa que no supieron (o no les dejaron) trasladar, en la mayor medida posible, su estatus a los parquets estadounidenses. Esta tendencia empezó a cambiar, poco antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, con la llegada y consolidación de hombres como el lituano Marciulionis, el serbio Vlade Divac (All Star en 2001) o el genio de Sibenik, Drazen Petrovic, que fue elegido en el tercer mejor quinteto de la NBA poco antes de fallecer en un trágico accidente de coche. Estos tres hombres demostraron a los norteamericanos que el talento no empezaba y acababa en la frontera de Estados Unidos y que solo necesitaban un margen de confianza.

Sin embargo, el primer salto cualitativo importante en el protagonismo de los foráneos en EE.UU. llegó tras los Juegos Olímpicos de 1992, en los que fue permitida por primera vez la participación de los profesionales de la NBA en las competiciones FIBA. Esto posibilitó que USA Basketball, para vengar los fracasos de su selección universitaria en Seúl 88 y en el Mundobasket de Argentina, conformara el mejor equipo de todos los tiempos: el Dream Team.

En Barcelona, el conjunto comandado por Michael Jordan, Larry Bird y Magic Johnson ganó todos sus partidos por un promedio de 43,5 puntos de ventaja

-incluyendo una obscena paliza (+32) a la Croacia de Petrovic, Kukoc y Radja en la final- y consiguió el doble objetivo que se había marcado el comisionado David Stern y el baloncesto americano: mostrar lo mejor de su producto en el mejor escaparate posible y dejar patente la distancia sideral que, en aquellos momentos, había entre ellos y el resto del mundo.

EL NUEVO ESCENARIO INTERNACIONAL

Después del punto de inflexión que representó la cita olímpica de Barcelona, el extranjero empezaba a no ser el “elemento exótico” ni el que había llegado a la NBA para calentar banquillo. El gran rendimiento de los croatas Dino Radja y Toni Kukoc, del serbio Danilovic o del lituano Arvydas Sabonis dejaron bien claro que ni haber nacido en Los Ángeles o Brooklyn ni haberse formado en Kentucky o North Carolina eran requisitos sine qua non para triunfar en USA.

Sabonis con los Portland Trail Blazers en 1999 DAVID J. PHILLIP (AP Photo)

El éxito de unos pocos (que cada vez eran más) daba alas a las ganas de otros muchos. El flujo de llegadas a los aeropuertos del país del Tío Sam se hizo constante e imparable: Turkoglu, Kanter e Ilyasova (Turquía), Rebraca, Radmanovic, Krstic y Stojakovic (Serbia), Oberto, Herrmann, Delfino, Prigioni, Nocioni, Luis Scola y Ginóbili (Argentina), Nené Hilario, Tiago Splitter y Varejao (Brasil), Boris Diaw, Fournier, De Colo, Nico Batum y Tony Parker (Francia), Bargnani, Gallinari y Belinelli (Italia), Dragic y Nesterovic (Eslovenia), Kleiza, Valanciunas, Motiejunas y Jasikevicius (Lituania), Kirilenko y Mozgov (Rusia), Pekovic y Vucevic (Montenegro), el chino Yao, el alemán Nowitzki y los españoles Raül López, Ricky Rubio, Rudy Fernández, Garbajosa, Navarro, Claver, Calderón, Sergio Rodríguez, Mirotic, Ibaka o los hermanos Gasol son solo algunos ejemplos de los extranjeros más destacados que probaron el desafío yankee en los veinte años siguientes a Barcelona 1992.

Pau Gasol con los Memphis Grizzlies en 2001 A.J. WOLFE (AP Photo)

Dicho periodo (1993-2012) estableció un escenario internacional diametralmente opuesto al observado en los Juegos de la Ciudad Condal, con el paulatino aumento de nivel en las principales potencias europeas que, poco a poco, fueron reduciendo distancia con las distintas selecciones USA. Sin embargo, la primera derrota de un equipo nacional norteamericano compuesto íntegramente por jugadores NBA llegó de la mano de Argentina, en el Campeonato del Mundo de Indianápolis 2002. En la capital de Indiana, además de los sudamericanos, Yugoslavia (que la eliminó en cuartos) y España -en el partido por el quinto puesto- vencieron a los de las barras y estrellas. Una auténtica hecatombe para Marion, Pierce, Miller y compañía en “su” Mundial.

Los Juegos Olímpicos de Atenas y el Mundial de Japón 2006 tampoco dibujaron un panorama mucho mejor: sendas medallas de bronce. Demasiado poco bagaje disponiendo de un arsenal temible, con infinidad de primeros espadas de la Liga: LeBron James, Carmelo Anthony, Wade, Stoudemire, Duncan, Marbury, Allen Iverson, Chris Paul, Brand o Chris Bosh, entre otros.

En cambio, las siguientes cinco citas FIBA (desde los JJ.OO. de Pekín 2008 hasta los de Río 2016) cubrieron de oro el necesitado orgullo estadounidense con un inmaculado balance de 42-0. Además, dejaron para la posteridad la final de Pekín, en la que el equipo liderado por James y el desaparecido Kobe Bryant doblegó, en el que se considera el mejor partido de selecciones de la historia, la dura resistencia de una talentosa España que no se rindió nunca.

Sin duda, los americanos seguían y siguen siendo los mejores, pero Barcelona 92 queda muy lejos. Los tiempos en los que los objetivos de sus rivales consistían en no ser apabullados y en hacerse fotos con ellos al final del partido ya pasaron. Es evidente que el éxodo internacional a la NBA contribuyó decisivamente a esto. En cualquier deporte, toda fórmula para progresar tiene que incluir jugar con y contra los mejores asiduamente…

LA ÉPOCA ACTUAL: EL DEPORTE GLOBAL

Las matemáticas nunca mienten y, como puede observarse en la tabla del final del reportaje, la temporada 2020-2021 continúa manteniendo la tendencia alcista de los últimos años en el número de foráneos en la mejor liga del planeta. En este curso baloncestístico (como le gustaba decir al bueno de Andrés Montes), marcado por los tiempos mitad raros-mitad tristes que vivimos, 128 jugadores internacionales se alinean entre las distintas franquicias de la NBA. Esto representa un promedio de más de cuatro por equipo (en 1990 la media era de 0,6 por franquicia). Salvo algunas -pocas- excepciones, los mejores baloncestistas del mundo militan en la NBA y, con ello, han convertido a la Liga en la competición global por excelencia. Los partidos que antes decidían Michael Jordan o Larry Bird hoy los deciden el esloveno Luka Doncic o el serbio Nikola Jokic. Ya nadie se sorprende con que haya momentos, en muchos encuentros de la NBA, en los que coincidan en cancha más extranjeros que americanos, ni con que la mejor liga del mundo tenga más audiencia televisiva en Filipinas o China que en los propios Estados Unidos. Ni siquiera con que un griego que se pasó de frenada en su sueño infantil de ser el nuevo Nikos Galis se haga con el trono oficioso de mejor jugador del planeta (Giannis Antetokounmpo, MVP de la Regular Season en 2019 y 2020).

Muy lejos queda el día en que William Chase anotó aquella primera canasta. Qué poco queda de tantas décadas en las que el baloncesto era el deporte americano por y para los estadounidenses. Aquello “nuevo y divertido” que concibió el canadiense Naismith para que unos jóvenes hicieran deporte sin sufrir las inclemencias climatológicas hoy es el deporte genuinamente americano más global. Hay que ver lo que dieron de sí dos cestas de melocotones...

JUGADORES INTERNACIONALES NBA TEMPORADA 2020 / 2021