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Esperando a Godot

El italiano

Un acto de la Universidad Miguel Hernández de Elche, con el rector dirigiéndose a los asistentes

En artículos anteriores, como sin duda recordarán, hemos abordado cuestiones históricas, entre ellas el episodio de la Guerra de Sucesión Española (víd. El Girajaquetes, Esperando a Godot, 18 de septiembre de 2021). Una de las consecuencias de esa guerra fue la firma del Tratado de Utrecht, por el que España cedía «…a la Corona de la Gran Bretaña la plena y entera propiedad de la ciudad y castillos de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha propiedad absolutamente para que la tenga y goce con entero derecho y para siempre, sin excepción ni impedimento alguno».

Precisamente, acabo de terminar la lectura de la última novela de Arturo Pérez Reverte, El italiano, que se desarrolla en Gibraltar durante la Segunda Guerra Mundial. El libro, que les recomiendo fervientemente, narra la historia de un grupo de buzos de combate italianos que, en intrépidas acciones, destruyeron o dañaron catorce buques británicos en las aguas de Gibraltar y la Bahía de Algeciras, entre 1942 y 1943, aderezado con una tórrida historia de amor entre uno de los integrantes de esos comandos de la Regia Marina y una librera española.

Las acciones de esos valientes marinos no consiguieron cambiar el curso de la guerra, cosa que sí habría conseguido Alemania si Franco hubiera accedido a las pretensiones de Hitler para convencerlo de que le permitiera tomar Gibraltar desde España. Privar a Gran Bretaña de ese enclave estratégico habría dado un golpe definitivo a sus fuerzas navales en el Mediterráneo e impedido el suministro de sus tropas estacionadas en el norte de África y Oriente Medio.

Visto el resultado final de la contienda, aunque, como decíamos, la entrada de España en ella podía haber cambiado su curso, Franco obró bien no permitiendo ese ataque contra la colonia británica. Pero no fue este el único episodio durante la dictadura en el que Gibraltar tuvo protagonismo en la política española. A pesar de que el citado Tratado de Utrecht establece la cesión a perpetuidad de la roca, Franco (y los posteriores gobiernos que ha habido tras el advenimiento de la democracia en España también) han seguido reclamando la devolución de una soberanía a la que nosotros mismos renunciamos mediante un tratado internacional.

Además, «el Generalísimo» gustaba de airear esta cuestión como parapeto cada vez que España tenía problemas, cosa que ocurría con cierta frecuencia, a causa de nuestro aislamiento internacional y la pobreza en que devino nuestro país tras la Guerra Civil. De hecho, con una decisión totalmente contraproducente para el propósito de sacar a España de ese aislamiento internacional, el dictador decidió cerrar la verja de Gibraltar en 1969, cortando cualquier tipo de comunicación directa entre nuestro país y el dominio británico, ya fuera por tierra, mar o aire, además de la supresión de las comunicaciones telefónicas. Ese cierre se mantuvo tras la muerte de Franco y no se eliminó parcialmente hasta 1982 y totalmente hasta 2007.

En Elche, como la reivindicación de Gibraltar no suscitaría un gran entusiasmo, ni concitaría adhesiones inquebrantables, tenemos nuestros propios iconos sagrados sobre los que no se puede discutir y que el Gobierno municipal esgrime de tanto en cuanto para ocultar otros problemas y para acallar a una oposición ya de por sí bastante inane. El Misteri, el Palmeral y la Dama de Elche son los clásicos, pero esta semana se ha añadido uno nuevo: la Universidad Miguel Hernández (de Elche).

No voy a entrar en el fondo del asunto, pues me parece una discusión bizantina, pero sí me gustaría dejar patente que la actitud del Ayuntamiento de Elche, en bloque, puesto que el lunes se aprobó una moción institucional en el pleno, esto es con el respaldo de todos los grupos políticos (incluidos los de la oposición) instando a la Universidad a «cumplir la ley» ha estado fuera de lugar. En este caso, el rector tiene toda la razón cuando afirma que «una institución no puede acusar a otra de incumplir la ley». El consistorio puede pedir a la Universidad que se llame de Elche o de Navalcarnero, pero tiene que guardar unas formas, no ya institucionales, sino de mera urbanidad (del latín urbanitas, urbanitatis, cortesanía, comedimiento, atención y buen modo).

¡Gibraltar español! ¡Qué vuelva la Dama! ¡Visca el Misteri i la Marededéu! ¡Qué bonitas las palmeras! ¡Universidad de Elche! Pero Gibraltar es británico a perpetuidad por un tratado internacional, la Dama está en el MAN, el Misteri tiene una ayuda ridícula del Estado, el Palmeral, mucha ley, pero ni un euro más del Consell y de la UMH(E) seguimos esperando el parné prometido por Ximo Puig para compensar la inversión hecha por Elche en sus terrenos.

Pensaba que nuestro Gobierno municipal era tonto. Me equivocaba. Tontos los de la oposición, que no se atreven a discutir sobre los «iconos sagrados».

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