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Tomás Mayoral

Listos del mundo

Un policía sanciona a un ciudadano por no llevar mascarilla

Es ley de vida que tras cada crisis, y su cohorte de desgracias, llega el aluvión de listos consiguiente. El coronavirus nos ha traído muerte, angustia y pobreza. Y por supuesto el batallón de listos que se vacuna cuando no le toca, que le afana sin gracia alguna la producción de «Astrazenecas» al vecino de la nación de al lado, que se va de juerga cuando el 90% de la sufrida ciudadanía está pasando las de Caín, que no se pone vacunas «porque esto de los trombos ya lo dije yo hace un año» y que no lleva mascarilla o le llama bozal mientras demuestra que se puede ser muy listo y tener branquias por la posición en la que se colocan dicha protección. Usted y yo hemos topado con estos especímenes muchas veces en calles, plazas, comunidades de vecinos y veladas familiares. Y es que hay muchos listos. Son legión.

Los listos tienen la habilidad de producir tontos a su alrededor. Es un principio físico sobre el que el mismísimo Einstein meditó sin encontrar solución aparente. Los listos, en general, siempre creen serlo, aunque sean tontos de remate. Pero de momento, su cosmovisión nos convierte en idiotas a los demás.

No hay nada tan patético como una guerra de listos porque demuestra, aunque no hiciera falta, cuán axiomático es lo que dice la frase anterior. En Murcia acabamos de presenciar una y creo que no merece más comentarios. El argumento fácil de que la política está llena de ellos no describe con precisión la realidad: la política solo refleja, en porcentaje, el creciente número de listos en el mundo. El listo es ágil y liviano como una ardilla. Le vale con cualquier principio indemostrable. Qué pena que la inteligencia, tan paquidérmica, dude tanto de sí misma y necesite meter los dedos en tantas llagas.

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