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Joaquín Rábago

La izquierda ante las elecciones

Había el pasado fin de semana un pequeño puesto de propaganda pre-electoral en uno de los pueblos que se han convertido en auténticas ciudades del sur de Madrid.

Pertenecía a un grupúsculo de izquierda del que no había oído hablar hasta entonces y del que con seguridad no oiré nada en el futuro. Sólo diré que llevaba la palabra “verde” en el nombre.

Fui el único ciudadano que en el breve tiempo que estuve allí se acercó a hablar al joven que estaba al frente y a quien pregunté por qué, defendiendo la causa ecologista, no se habían integrado, por ejemplo, en Equo.

Me dijo que, a diferencia de ese partido, ellos estaban a favor de los transgénicos porque sólo así podría solucionarse el hambre en el mundo, algo en lo que parecía estar de acuerdo con quienes lo fían todo exclusivamente a la biotecnología.

Le pregunté entonces si no le preocupaba, por ejemplo, la dependencia de la agroindustria que implicaba el recurso a unas semillas patentadas o la pérdida de la biodiversidad, y sus respuestas fueron más bien elusivas.

Le deseé suerte, pero mientras proseguía mi camino, volví a pensar en algo que siempre me ha sorprendido: el hecho de que, en un país como España, que tanto lo necesita, no tengamos un partido ecologista fuerte.

Pensé en el caso contrario de Alemania, donde los Verdes, tras diluir su mensaje ecopacifista, se han convertido en un partido transversal hasta el punto de poder sustituir al socialdemócrata y colocar probablemente este otoño a uno de los suyos en la cancillería, o al menos en la vicecancillería.

Aun suponiendo que aquel pequeño partido madrileño del que nunca había oído hablar fuese realmente de izquierdas, algo de lo que no estoy nada seguro, ¿cuánta gente votará por él en las próximas elecciones de esa comunidad? ¿Tal vez, a lo sumo, doscientas o trescientas personas?

No es ése el único caso: hay en la izquierda pequeñas formaciones que se dedican a causas muy concretas como “el bienestar animal” o “la dignidad de las plantas” que no consiguen por distintos motivos coaligarse con otros, de forma que sus votos acaban perdiéndose.

No se entiende por qué esas causas particulares tienen que defenderse siempre de modo aislado sin que formen parte de un todo que pueda asumir una izquierda que sea consecuente con la protección de la naturaleza sin descuidar la que ha sido siempre su razón de ser: la lucha por una mayor justicia social.

Si miramos, por el contrario, a la derecha o, en nuestro caso, a las derechas, vemos que tiene perfectamente claro cuáles son sus valores.

A saber, bajada de impuestos, en los que ve solo una “carga” y en ningún caso una “inversión” en el conjunto de la sociedad y en el futuro, desregulación y plena libertad de movimiento de capitales, que no de personas si hablamos, por ejemplo, de refugiados.

En una palabra, Estado mínimo porque todo lo demás es burocracia, falta de libertad y socialismo. Salvo cuando se trata, como hemos visto en las últimas, de rescatar a las grandes empresas o a la banca, que entonces la ayuda del papá Estado será siempre bienvenida.

Como señala en un libro reciente el sociólogo y geógrafo medioambientalista Jason W. Moore (1), la derecha lo quiere todo barato: la naturaleza a la que explotar sin misericordia, la energía, la comida, los materiales y, por supuesto, la fuerza de trabajo.

Las derechas, como vemos que ocurre ahora en Madrid, pueden presentarse a las urnas por separado, pero no puede cabernos ninguna duda de que al final siempre se pondrán de acuerdo: sus únicos valores son sus intereses.

  1. “A history of the world in seven cheap things”. Con Raj Patel (University of California Press)

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