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Javier Cuervo

La jeringuilla y la grima

Una profesional sanitaria sostiene una jeringuilla con un vial de la vacuna contra la COVID-19 de AstraZeneca.

¿Su actitud respecto al acto mismo de la vacunación se acerca más a la de los que se hacen un vaxxie o a la de los que apartan la mirada del telediario cuando ilustran la enésima noticia de las vacunas con la diezmilésima imagen de una jeringuilla penetrando varios centímetros la carne del brazo? El vaxxie es el selfie de la vacunación, el autorretrato del pinchado en la suerte de jeringuilla, un afán por individualizarse en este acto sanitario colectivo. La vacuna -que viene de la viruela de la vaca que inmunizaba de la viruela humana- nos acerca al ganado, de ahí que el objetivo sea la inmunidad de rebaño. Cuando empezó la pandemia, los veterinarios ofrecieron su experiencia, con toda razón, porque trabajan cada día contra las epidemias en animales domésticos.

La intimidad, tan humana, no se reserva a la vacunación que es sanidad en cadena, inmunidad en cola, dispensada en vacunódromos, grandes espacios públicos, con un ritual muy recordado aún por los hombres que hicieron el servicio militar, donde el ejército igualaba, como pocas instituciones, a la tropa con las bestias, en la doma, la estabulación, el acarreo, el rancho...

El vaxxie, como selfie, es una ostentación del yo para llamar la atención de otro (“mamá, mira, mamá mira”) y el rechazo a ver pinchazos no está relacionado con la intimidad sino con una sensación muy mal definida: la grima

La palabra “grima” tiene un origen impreciso, que en lenguas nórdicas se mueve entre “horrible”, “hostil” y “rabioso” y al traducirla a lenguas romances nos lleva a poner los pelos de punta por el “horrere” del latín o a la dentera, esa rara sensibilidad de partes tan duras como los dientes. La dentera de los dientes, que muerden y mastican, es un tipo de sensibilidad como la de los nazis y los mafiosos que, después de una matanza, lloran en la ópera. La grima es una reacción a una amenaza que produce un malestar físico vago, es decir que desazona, que disgusta, lo contrario a lo que gusta. Al final, la lengua sabe: la jeringa (el instrumento), jeringa (produce molestia).

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