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Francisco Esquivel

De tapones, protas y mates

Felipe VI y Juan Carlos I, el 18 de junio de 2014, en el acto en el Palacio Real en el que el rey emérito firmó su última ley: la de su propia abdicación.

 Al asistir al adiós de Pau Gasol y de parte de la generación que nos colgó en una dimensión desconocida no pude dejar de acordarme de Díaz-Miguel, bajo cuya égida se popularizó el meollo. En el Mundial de Cali se le ganó por primera vez en partido oficial a Estados Unidos y no me digan que no es buen día para tirar desde ahí. Dos años después aquella hornada se acercó a México a hacer una previa de los Juegos, fue a parar a un hotel que en realidad era una casa de putas y se piró por piernas antes de disputar un tercer choque porque dos anteriores con los mismos acabaron a cate limpio. Igual la mili nos hizo tocar plata, quién sabe.

  Y aunque aún resultaba mucho más difícil, don Juan Carlos entronizó por aquellas fechas lo suyo hasta límites insospechados mientras que el seleccionador por antonomasia fue desgastándose al ritmo Romay, es decir lento y atosigante. El deterioro de su figura va unido al excesivo protagonismo adquirido que erosionó el ego de algunos componentes a su cargo, aunque el estropicio se consumó en Barcelona´92 con una derrota que sacó los colores y que propició un titular redondo que lo trituró: «Díaz-Miguel entra en la historia de Angola». Cuando murió, la demencia reivindicó su nombre en una pancarta: «Los ángeles ya tienen entrenador».

  En cambio el monarca se mantuvo a buen recaudo gracias a que un cuidado velo cubrió sus movimientos. Aireadas vías de agua a manos del olímpico yerno, el fiscal suizo tenía puesto el ojo en el titular de la Casa Real a quien acabó retratando un episodio del continente negro, solo que esta vez le tocó a Botsuana, abriendo un sesgo diferente en el pasaporte que hoy dormita en Abu Dabi. Mientras su hijo ha vuelto a la vela para que le dé el aire, están en marcha un porrón de proyectos televisivos sobre los avatares del emérito. Debiendo decidir qué hacer con él, mucho tendrá que regatear el sucesor para sortear la que se avecina estando la Corona en juego. Hasta es posible que su ángel de la guarda se haya pedido excedencia.

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