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Antonio Ortuño

De mayor quiero ser Almudena Grandes

La escritora Almudena Grandes.

Llevo más de una semana escuchando que Almudena Grandes ha muerto. Dicen que murió un 27 de noviembre cuando su cuerpo se dejó vencer por el cáncer. Sobre todo, los primeros días de conocerse su fallecimiento, las redes sociales se llenaron de homenajes póstumos, de esos que nos gusta dar a las grandes mujeres y hombres cuando su vida se ha apagado. Pasado diez días desde que nos abandonó, poco a poco los homenajes van disminuyendo y, sin caer en el ostracismo, pronto solo unos pocos la recordaremos.

Decía André Malraux, novelista y político francés que: “La muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida.” Dando a entender que la muerte carece de sentido. Hoy en día la muerte ya no tiene valor ni finalidad. En nuestra cultura, a la muerte le tenemos poco respeto y le asignamos un valor nulo carente de sentido. El fallecimiento de una persona es algo que sólo esperamos con conformismo, como algo inevitable, ante la cual solo expresamos nuestra pena, y congoja por el ser querido que nos abandona. Pero no siempre ha sido así. Nuestros antepasados lejanos, sobre todo los pueblos localizados en las regiones del actual territorio de México y de otros países de América Central, entendían la muerte como un proceso para alimentar al cosmos, el perder la vida conllevaba el agradecimiento a los dioses por su existencia. Entendían a la muerte como una fuente para alimentar su ecosistema, su muerte tenía un significado, tenía una misión y, por consiguiente, era algo sagrado que sólo los dioses podían disponer de ella. Para nuestras y nuestros antepasados, la muerte y la vida eran un solo ciclo, una le daba el significado a la otra y viceversa. Todo tenía un significado y no pasaba sólo por casualidad, sino que había profundas raíces filosóficas tanto para vivir como para morir.

Llámenme antiguo, si quieren, pero para mí la escritora y columnista madrileña no ha muerto. Y es que Almudena, permítanme este grado de confianza, no deja indiferente a nadie. Con sus libros, sus columnas de opinión y sus reflexiones en distintas entrevistas, para bien o para mal, siempre ha despertado nuestra conciencia y de alguna forma sus juicios de valor han formado parte de nuestra cotidianidad, de mi cotidianidad. Por encima de enterramientos, de incineraciones o de cualquier otra cosa que se quiera hacer con su cuerpo, siempre nos quedarán sus libros, sus columnas y las videotecas que nos recordarán su sentido crítico. Más allá de la vida, la madrileña sigue teniendo la tarea, sigue con su misión de sacudir conciencias, que algunos se remuevan incómodos en sus asientos y tengo la seguridad de que también seguirá quitando el sueño a sus amigos y también a sus enemigos.

Bastará con releer algunas hojas de sus libros y recordar lo que dejó por escrito, como; "Con el tiempo comprendí que la alegría era un arma superior al odio, las sonrisas más útiles, más feroces que los gestos de rabia y desaliento"; en -Las tres bodas de Manolita-. O lo que nos decía en -Las edades de Lulú- “La autocompasión es una droga muy dura”. Y como olvidar, -En los besos al pan-, las reflexiones que dicen; “Porque en España, hasta hace treinta años, los hijos heredaban la pobreza, pero también la dignidad de sus padres, una manera de ser pobres sin sentirse humillados, sin dejar de ser dignos ni de luchar por el futuro.” Y la que decía: “Pero los españoles que durante muchos siglos supimos ser pobres con dignidad, nunca habíamos sabido ser dóciles”. O tantas y tantas otras expresiones o frases que nunca caducarán, siempre estarán presentes en nuestras vidas y quizás, quién sabe, también en nuestra muerte.

Hace mucho tiempo que lo vengo pensando y es que yo de mayor quiero ser Almudena Grandes. Poco importa que le pongan su nombre a una calle de Madrid, o que la escritora madrileña no sea nombrada Hija Predilecta, ni que tampoco dedicará su nombre a una biblioteca, Almudena siempre estará presente en nuestras memorias, en nuestros pensamientos, en nuestro día a día.

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