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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

Feliz año deslustrado

Colas este 29 de diciembre en Elche para entrar a Urgencias del centro de salud de Altabix. | J.R.ESQUINAS

Las filas de coches se han vuelto medio locas intentando meter el morro en un hueco. Hay colas de adultos dando la vuelta a la manzana en posición de espera hasta lograr pasar. No se trata de ninguna discoteca sino de la casa de salud cuyos intestinos siguen desbordados. La fiesta continúa. Alguien se pregunta en voz alta si con la dosis de refuerzo es conveniente solicitar una de apuntalamiento. Nadie se atreve a concluir que se trate de una coña. Lo natural de esta Nochevieja es que se olvidase uno de las uvas. Y del menú. Hasta el último instante hay quiebros y requiebros. Nadie sabe exactamente bien a qué carta quedarse. Quienes han quedado pillados sin poder escapar de las cuatro paredes se multiplican con lo que el cerco aumenta. Por una u otra cuestión los momentos de quietud vienen en tu busca y aprovecho para dedicar el sosiego a la mujer que me trajo al mundo del que hace un suspiro se separó para los restos. Duele. La sensación de descolgar y no poder volver a escuhar su voz plácida es una buena faena. Echo mano del «My sweet Lord» con el que rememorar las mañanas aquellas en las que la tarareaba con su hijo adolescente en medio de un lujo de sol entrando por la ventana en pleno invierno. Recordar ciertas estampas alivia tragos de este tenor. Vuelvo desorientado al presente, rodeado de previsiones diluidas en un mar de dudas. No surge plan alguno que dure. La familia ha quedado troceada a la espera de tiempos mejores mientras los amigos han puesto pies en polvorosa, cada uno en una dirección a cientos de kilómetros. Cumplo con el ritual de mandarles calorcito, que tampoco está el patio para propasarse en deseos. Con agarrar lo imprescindible y mantener el tipo vas que chuta. Incluso brindar da no sé qué y bailar no digamos. Acomodarse en el sofá es un triunfo y, enchufarse en el tránsito al nuevo año «Qué bello es vivir», una heroicidad cuando el verdadero deleite consiste en contemplar ese modo que tiene de quedarse frita como una noche cualquiera. Qué más dará si nadie entiende nada.

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